viernes, 26 de febrero de 2010

Aprender de un pequeño y rechoncho gorrión.


Me quedé mirando por la ventana el peso de aquel gorrión sobre la rama. El árbol carecía de hojas, pero siempre me había resultado fascinante el modo en el que de lo más triste y gris vuelve a nacer la vida.

La clase de historia no me interesaba, jamás un país pidió a gritos ser invadido, ni me parecía lo correcto que sus gobernantes decidieran por el suelo que pisaban, por aquellos árboles grises en invierno y llenos de tonos verdosos en primavera, por la luz del sol, el dulce canto de los pájaros o el sonido del agua al caer. Ni Trotski ni Lenin, ni tan siquiera Stalin podrían aportarme nada en ese momento. En cambio el gorrión, con su aspecto pesado y rechoncho, sus plumas tristes y melancólicas, su forma un tanto patosa de posarse sobre aquella rama... Él me parecía todo un ejemplo de cómo se debía vivir.

lunes, 22 de febrero de 2010

Cuento sin U


Caminaba distraídamente por el camino y de pronto lo vio. Allí estaba el imponente espejo de mano al costado del sendero, como esperándolo. Se acercó, lo alzó y se miró en él. Se vio bien. No se vio tan joven, pero los años habían sido bastante bondadosos con él. Sin embargo había algo desagradable en la imagen de sí mismo. Cierta rigidez en los gestos lo conectaba con los aspectos más agrios de la propia historia:
La bronca, el desprecio, la agresión, el abandono, la soledad. Sintió la tentación de llevárselo, pero rápidamente desechó esa idea. Ya había bastantes cosas desagradables en el planeta para cargar con otra más.
Decidió irse y olvidar para siempre ese camino y ese espejo insolente. Caminó por horas tratando de vencer la tentación de volver atrás hacia el espejo. Ese misterioso objeto lo atraía como los imanes atraen a los metales. Resistió y aceleró el paso. Tarareaba canciones infantiles para no pensar en esa imagen horrible de sí mismo. Corriendo, llegó a la casa donde había vivido desde siempre, se metió vestido en la cama y se tapó la cabeza con las sábanas.
Ya no veía el exterior, ni el sendero, ni el espejo, ni la imagen de él mismo reflejada en el espejo; pero no podía evitar la memoria de esa imagen: la del resentimiento, la del dolor, la de la soledad, la del desamor la del miedo, la del menosprecio.
Había ciertas cosas indecibles e impensables... Pero él sabía dónde había empezado todo esto. Empezó esa tarde, hace treinta y tantos años... El niño estaba tendido, llorando frente al lago el dolor del mltrato de los otros. Esa tarde el niño decidió borrar, para siempre, la letra del alfabeto. Esa letra...esa. La letra necesaria para nombrar al otro si está presente. La letra imprescindible para hablarle a los demás, al dirigirles la palabra. Sin manera de nombrarlos dejarían de ser deseados... y entonces no habría motivo para sentirlos necesarios... y sin motivo ni forma de invocarlos, se sentiría, por fin, libre.....
EPÍLOGO: Escribiendo sin "U" puedo hablar hasta el cansancio de mí, de lo mío, del yo, de lo que tengo, de lo que me pertenece... *Hasta puedo escribir de él, de ellos y de los otros. Pero sin "U" no puedo hablar de ustedes, del tú, de lo vuestro. No puedo hablar de lo suyo, de lo tuyo, Ni siquiera de lo nuestro. Así me pasa... A veces pierdo la "U".... y dejo de poder:
hablarte, pensarte, amarte, decirte. Sin "U" yo me quedo pero tú desapareces... Y sin poder nombrarte, ¿cómo podría disfrutarte? Como en el cuento... si tú no existes, me condeno a ver lo peor de mí mismo reflejándose eternamente, en el mismo mismísimo tonto espejo. Jorge Bucay "Cuentos para Pensar"

sábado, 20 de febrero de 2010

Noche.


Noche de abrazos, de caricias, de miradas furtivas bajo las sábanas. De risas y cosquillas en la tripa. Noche, al fin y al cabo... a tu lado.

-Pum pum pum pum pum pum.
El único sonido que podía apreciar era el de los latidos de tu corazón. Y me parecían lo más hermoso que podía oir. No me importaba lo rápido que pasara el tiempo, porque al abrir los ojos lo primero que encontraría serías tú.

Noche de sueños, de palabras, de besos, de nuevas ideas. Noche de tí.

Y así pasé las horas, perdida en nuestro universo, sintiéndome chiquitita y grande a la vez. Pequeña por ser una de esas motitas de polvo insignificantes en un mundo que no era nada en aquella gran masa negra que es el universo. Grande porque a tu lado todo lo es. Porque te quiero, porque me quieres. Porque me río y te ríes. Porque sintiendo junto a mí tu respiración todo está bien.

Noche de amores y de aventuras. Noche de magia, noche de amor, noche de luna.

Me di cuenta al despertar lo verdes que son tus ojos. Casi resplandecientes en la oscuridad de mi habitación. Y sentí paz. Porque al contemplarlos pude navegar en una de esas "gotitas atlánticas" que sólo tú y yo conocemos. Y vi la más bella luna brillas fulgorosa frente a nosotros. Supe en ese momento, que no hay secretos en este mundo si voy de tu mano.

Noche de locos, noche de cuerdos, noche de tristes, noche de alegres. Noche de tí, noche de mí... noche sólo de los dos.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Anciana.


-Chiquilla, no tengas prisa, la aceleración de tus pasos no te conducirá más rápido a la felicidad.- Me dijo aquella viejecita que todas las mañanas se sentaba en mi portal.
Y aunque no era la primera vez que me lo decía, en esa mañana lluviosa, pero alegre para mí, comprendí el significado de sus palabras.

lunes, 15 de febrero de 2010

Tres historias sobre un sentimiento:


Mañana fría, quizás demasiado invernal para la fecha... Y nieve, mucha nieve. Para mí era algo romántico, símbolo evidente de las mañanas entre sábanas y risas, pero para la risueña chica que se sentaba a mi lado era, seguramente, lo más triste del mundo. Y aquella otra muchacha de flequillo recto y pelo oscuro únicamente miraba tras la ventana como si con ello consiguiera divisar algo mágico e insospechado. Mañana por otro lado de nuevas historias, momentos que contar sonriendo de oreja a oreja, formas de llevar un amor totalmente distintas. Y tras pasar ese San Valentín, las tres queríamos contar la nuestra.

-¡Tengo que enseñaros la foto que he hecho! ¡Es preciosa! Pusimos velitas en el cabecero de la cama del hotel, y con todo a oscuras quisimos guardar ese momento para siempre.- Dijo la más dulce de las tres. Y como si puediera volver a revivir esos instantes una y otra vez, sonrío con la carita tierna del que logra ser feliz por un segundo.

Pensé lo afortunada que era por tener a mi lado a esa persona especial todos los días, por poder verle a la salida de clase o incluso en el recreo. Y me sentí bien, como si algo me llenara el pecho. Después miré el brillo de los ojos de aquella chica, y comprendí que efectivamente el amor no se puede describir. Por mucho que la gente se empeñe nunca un sentimiento podrá ser definido con exactitud mediante las palabras. Amar no puede ser lo mismo para ella que para mí. Porque en sus ojos había esperanza revuelta con miedo, paciencia con locura, alegría con tristeza... Y yo jamás supe amar así. Para mí es algo distinto, es como volar en una nube constantemente y sentir que todo acaba menos ese sentimiento. Por eso comprendí aquel 15 de Febrero, que partiendo de una misma base, como es el amor, cada uno tiene una percepción distinta, un modo de hacerlo suyo y no soltarlo. Una manera de vivirlo. Y estando inmersa en esta reflexión oí que la siguiente comenzaba a contar su relato:

-La verdad es que yo he hecho lo de siempre. Me regaló una rosa y una caja de bombones, nos fuimos a su casa y pasamos el día juntos. Nos pegamos, echamos un partido, jugamos a la play...

Y en la mirada de esta si había un deje de tristeza. Porque quizás esperar algo es lo peor que se puede hacer, luego, cuando no lo recibes... ¿quién va a curar el golpe de la desilusión? Y lloró. Eran lágrimas de amargura, de soledad, pero también de amor. Porque queriéndole como le quería, sintiéndose como se sentían, para ambos era suficiente. Es simplemente otra forma de amar.

Después llegó mi momento, y me resultaba extremadamente facil gritarle al mundo lo feliz que me sentía. De modo que comencé:

-Estuvimos comiendo en el retiro, en las barquitas del estanque. Después nos fuimos a Zarzaquemada, donde patinamos sobre hielo, y por el camino me vendó los ojos pero no fui capaz de recorrer más de dos metros de esa forma.

Me reí después de haber resumido tanto la mañana, y les expliqué que hacía tiempo que quería patinar sobre hielo con él, porque nunca lo había hecho y deseaba que fueran sus manos las que me agarrasen si me caía. Volví a sentir frío, y girándome hacia la ventana intenté definir nuestro amor. No podía hacerlo, pero tenía claro que aquel paisaje, el sonido de los copos de nieve depositándose sobre el suelo y los árboles, la luz del sol, el sonido de las risas de la gente... todo me recordaba a él. Es posible que esa sea mi forma de amarle, esa y no ninguna de las otras dos, aunque sé a ciencia cierta, que las tres somos igual de afortunadas, igual de felices, y estamos igual de enamoradas.

Recordé esto en la clase de filosofía, mientras la nieve seguía pintando de blanco la ciudad. Y ese debate absurdo sobre si es el amor un conocimiento sensible o podemos controlarlo, se convirtió en música de fondo para mis oídos. Daba igual lo que aquella profesora dijera, sentada sobre su gran silla frente a 12 adolescentes, acerca del amor. Porque para mí sería todo y nada para siempre. Algo que cada uno vive de una forma diferente, y por lo tanto jamás nadie podrá definirlo. NADIE. El amor no se comprende hasta que se siente, incluso cuando lo vives te cuesta comprenderlo. Entonces, ¿por qué siempre tememos lo imposible de matizar? ¿Por qué pasamos todo por la mente en lugar de dejar al corazón hacer su trabajo? Es sencillo: El miedo nos puede, y volvemos de nuevo a un término imposible de dibujar con palabras. Porque las cosas grandes, todo lo que nos oprime el pecho, es siempre abstracto, pero perdura en el tiempo.

domingo, 14 de febrero de 2010

Un día más...


Y otro día ha pasado... Podríamos pensar que simplemente otro día ha dado a su fin, que de nuevo nos tocará levantarnos en una mañana de lunes, un lunes en el que las temperaturas volverán a ser extremas y que nos hará sufrir cuando salgamos a la calle de ese frío que está presente en cada rincón. Pero no es así... y no lo será si en el mundo hay al menos una persona que no lo ve de ese modo... y yo ya no lo veo así porque tú logras hacerme sentir que merece la pena despertarse en un lunes frío, al que tú proporcionarás calor, en el que si hay nubes se verán de otro color y si está despejado tú serás el sol, en el que la lluvia serán tus lágrimas de alegría derramadas en mí y la nieve las delicadas caricias sobre mi rostro con tu amor.
En la vida hay muchos momentos en los que uno no sabe por dónde ir... cuál es el sendero que debe seguir y se pregunta qué será lo correcto, cuál será el más adecuado... y, si miramos atrás, nos daremos cuenta que no podemos decir que siempre hayamos escogido el mejor camino... que siempre podríamos haber elegido aquel otro que no tenía tanta maleza rodeándolo... pero qué sería de una vida sin retos que superar, sin aventuras nuevas que afrontar y sin el goce y disfrute de la diversidad en la compañía que nos encontramos en nuestro trayecto... qué sería de todo eso, si no supiéramos apreciar a quienes nos encontramos y pelear por mantener lo mejor de esas personas que nos ayudan, nos acompañan y nos apoyan en nuestro recorrido...
Por eso creo que hay tantas cosas que agradecer... tantas cosas que damos por hechas, por sabidas, debido al simple hecho de que uno mismo las conoce o cree que son y resultan obvias a ojos de todos. Sin embargo, para tratar algo con el cuidado que se merece no sirve con ponerle un poco de tierra relativamente fértil, plantar la semilla que hemos encontrado, echarle agua y dejar que crezca por su cuenta pues, aunque llegase a madurar y a salir adelante, no lo llegaríamos a apreciar del mismo modo y tampoco serviría con el paso del tiempo retomar ese descuido que nos dejamos tanto tiempo atrás...
Llegados a este punto... te doy las gracias, al igual que lo he hecho durante este tiempo y como procuraré seguir haciéndolo durante todo lo que queda por delante de un viaje que apenas ha comenzado pero que ha marcado una compañía indispensable para no perderme entre las malezas que el caminar pueda presentar.

domingo, 7 de febrero de 2010

:)



Aquel corazón dibujado en la ventana, comenzaba a disiparse. Y me apetecía escribir en el cuaderno la historia del amor que le tenía. Quizás porque ansiaba sentirle cerca, o tal vez porque su olor aún permanecía en mi ropa interior. Entonces abrí el bolso y vi la cajita de cartón en la que había escrito con su perfecta letra mayúscula: POR LO FELIZ QUE ME HACES. Y sonreí. Sí, sonreí de esa forma un tanto ridícula de cuando estás enamorada, únicamente porque me sentía bien a su lado.

No había hecho los deberes de lengua, pero pensé que sería sencillo analizar esas malditas oraciones simples aquella noche sentada en mi escritorio. Mejor dicho quise creer que lo sería, aún teniendo claro que no podría concentrarme y que su imagen acudiría a mi mente una y otra vez. Ya ves, intentos baratos de una autoconvicción que nunca llega, argumentos falaces para tapar la realidad que tenía ante mis ojos: No podía estar sin él.