miércoles, 4 de diciembre de 2013

Y si este dolor...




Y si este dolor se queda conmigo, que sea para siempre. Que me haga sentir humana, viva. Que poco a poco haga florecer en mi alma capullos de amapola.
Y si este dolor marchita mi jardín, que no pierda la esperanza. El sol iluminará aquel suelo colmado de lágrimas y de nuevo brotarán mis flores rojas.

lunes, 26 de agosto de 2013

Hacía tanto tiempo que no tenía una noche como esta... De esas en las que la cal te come los huesos y sientes el frío taladrándote el cerebro.
Quizás he estado muy equivocada todo este tiempo. Se me reprochan cosas que hacen que mi corazón sangre. Sangra de nostalgia, de miedo, de rabia. Quiere salirse y dejarme colgada.
No quiero que dejes de quererme. Lo cierto es que mi alma te necesita. Cuando tus ojos gritaron ese rotundo "hasta pronto", te llevaste un pedazo de mí. Algo íntimo, frágil, efímero. Me pregunto cuándo volverá a pertenecerme. Es cierto que esto lo he vivido antes. Que mis lágrimas me han envuelto anteriormente, haciendo a mi alrededor una película cristalina de angustia y sinsabores, y que en aquellas antiguas ocasiones, también me desprendí de mis entrañas.
Hoy mi dolor me acompaña. Es como el papel craft, marrón reciclaje, con el que envuelve mi abuela los regalos. Algo palpable pero gélido, impersonal, vacío.
Y me hago de nuevo una bola. Quiero dejarme rodar, rodar por un pasado en el que no me odiaba, en el que mis manos escribían con ingenuo frenesí. Me pregunto qué hago aquí, a dónde voy. Y no puedo responder a mis innumerables cuestiones. No hay respuesta. No la hay.
Tal vez tuve que aprender, hace ya muchísimos años, a vivir sola, a no necesitar nada más. Eso me haría más libre y mucho menos esclava de todo aquello que he creído que me hacía bien. Lo cierto es que hoy, 26 de agosto del año 2013, no soy aquella risueña muchacha que siempre tenía un minuto para sí misma. Al mirar mi reflejo, decrépito y desmejorado, comprendo que me hace falta el cariño que antes palpitaba en mis labios.

-¿Dónde estás?-Pregunté.
-Aquí.-Respondió. Y agachando la cabeza, añadió...-No sé por cuánto tiempo.



domingo, 28 de julio de 2013

Él.


Él rozó mis labios. Hizo brotar de mis entrañas altos cipreses evocadores de la muerte, dulces jazmines, de penetrante olor.
Él tiñó de carmín mi pétrea boca. Vomitó su sangre para hacer latir mi corazón.

Yo, encorvada y arrugada, le vi llegar desde lejos.  Quise erguirme mas, no pude. Y recostada sobre el gélido, vano y despiadado pecho de la muerte, esperé sentir, por última vez, sus labios. 

Él rozó mis labios. Tocó con las puntas de sus dedos aquel corazón marchito que, desde hacía ya demasiados años, ocupaba un hueco inútil en mi pecho. 
Yo, encorvada y arrugada, le vi llegar desde lejos.  Quise erguirme mas, no pude. Y recostada sobre el gélido, vano y despiadado pecho de la muerte, esperé sentir, por última vez, sus labios. 

Noté en ese momento el calor de sus ojos escupiendo fuego. Me hablaban sus pupilas, suplicando al cielo un minuto de silencio. En la pulcritud del eterno susurro del viento dejó nadar, sin demasiado esmero, palabras inaudibles que pronto germinaron en mí. Cuando quise volar, fundirme con el cielo, los habitantes del mundo vieron, al fin, el maravilloso jardín botánico que poblaba mi alma.



miércoles, 20 de febrero de 2013

La búsqueda.

Ocurre, en ocasiones, que el dolor se instala en nuestro corazón. Forma, entonces, parte íntegra del propio yo, y enturbiando las titilantes imágenes del ayer, clava gélidos puñales en lugares estratégicos.
Sucede, al sucumbir al amargo llanto, que nada nos conmueve, el mundo se cubre de gris y, apagándose al fin, el brillo fulgoroso del Astro Rey, todo es efímero, todo perece ante nosotros.
Enjugando lágrimas de óxido, expulsan fuego nuestros dos fieros dragones; tan capaces de herir al extraño, como de hacer arder su muerto corazón.

Entonces, cuando ya parece la vida terminada…. aparecen dos ojos amigos, que, secando tu dolor, hacen de tus días algo mejor.
Aunque…. ha de ser uno altamente selectivo al cruzar su mirada con los demás. Pues, debemos considerar que hay, esparcidos por el mundo, millones de corazones grises, opacos, casi mortecinos. Y ellos nunca podrán devolvernos el antiguo brillo, ya que han sido incapaces de encontrarlo en su recorrido.
En ocasiones se tardan años en encontrar al par de ojos adecuado. La mayoría de las veces, cegados por la ira y el dolor, tenemos siempre delante a nuestro “salvador”, y somos incapaces de reconocerlo. Estas personas únicas, cubiertas por un manto de incógnita, podrían ser para los demás, entes insignificantes… y ser capaces de encender el alma de una zona persona en el Planeta Tierra.

Todos, en lo más profundo de nuestro corazón, buscamos a este “QUIÉN” a lo largo de nuestra vida. Los días son lánguidos e insoportables durante la búsqueda. Algunos no saben lo que quieren encontrar, y caminan sin rumbo allá donde les llevan sus
pies.
Hay momentos en que creemos haberlo hallado. Y la decepción es abismal al comprender, finalmente, que el camino no ha hecho más que comenzar. Entonces, cubiertos por el temor a no encontrar jamás nuestro destino, comenzamos a proyectar nuestras expectativas en el primero que nos tiende la mano. Sucede que, creyendo nuestra felicidad cierta, dejamos que el tiempo se escape entre los dedos. Pero, por fortuna, tarde o temprano, perdemos la venda que nos ha impedido ver la realidad. Y al entender la situación, continuamos caminando en busca del verdadero motivo de nuestros pasos.




Lejano queda aquel angosto dolor. Alcanzamos poco a poco, una felicidad pausada. Y, una mañana… al mirarnos en el espejo, encontramos reflejadas las respuestas que tanto perseguimos. Allí estuvieron todo el tiempo los dos ojos perfectos: los tuyos. Al fin ríes con una sonora y franca carcajada.

Dedicas desde entonces toda tu vida a comprenderte. A crecer como persona. Y te reprochas en las noches más oscuras haber necesitado aquel rotundo dolor para emprender tu viaje. Creyendo que tal vez, podrías haberte ahorrado aquellas amargas lágrimas. Asumes, a la mañana siguiente, que las mejores cosas de la vida se aprenden caminando, y que las heridas causadas en tan largo viaje, no son más que marcas que siempre te recordarán quien eres. Ya no lamentas nada, de nada te arrepientes.

Ocurre, sin lugar a dudas, que el dolor vuelve a instalarse en nuestro corazón. Pero, en esta ocasión, se trata de una visita fugaz. Es un dolor distinto… ya no hay gélidos puñales en tu alma. Has aprendido a equilibrar la balanza entre la felicidad y el llanto.




Sucede que ya nunca olvidas tus dos dragones fulgurosos brillando frente al espejo. Curando con sus lenguas de fuego todas las heridas de tu corazón.