sábado, 28 de noviembre de 2009

¿Qué podría equipararte?


Recogí los lápices de colores y me marché. Había intentado dibujar tu sonrisa, o algo que me hiciera recordarte, pero nada material lograría equipararte nunca.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Nada sin tí.


De nuevo faltas. Otra noche. Frío. Vacío... nada, nada sin tí. Y aprendiendo a borrar tus huellas de mi espalda, camino con la mirada fija en la inmensidad.
Te quiero.

sábado, 21 de noviembre de 2009

El poder de las palabras.


Sobre la mesa solo quedaba un papel, sucio, mojado, desgastado por el paso del tiempo. Y escrito en él se leían dos palabras: "TE QUIERO."

Al leerlas sonreí, sin entender muy bien por qué. Ya no importaba el recuerdo amargo del último beso, ni su voz chillona retumbando en mi cabeza. Casi pude olvidar sus desprecios, sus engaños, mi dolor.

Dejé mi cabeza caer sobre la almohada. Su olor aún estaba allí, o quizás no. Puede que solo fuera una forma más de engañarme, y por si el aroma que embriagaba mis sentidos se esfumara, cerré los ojos con fuerza para soñar con ella. De esa noche no recuerdo mucho más. No estaban sus besos, no oía el sonido de su risa, ni podía contemplar aquel lunar suyo que delimitaba el final de su pecho. Y al levantarme necesité leer sus cartas, las primeras. Esas que me mandaba cuando todo iba bien. Cuando su sonrisa no se había desgastado y sus ojos me buscaban impacientes. De modo que abrí la caja donde las había guardado hacía tanto tiempo, me senté, y léntamente las leí.


"Cariño, estoy deseando verte. No sabes todo lo que siento cuando estás junto a mí...."


Y finalmente un: "TE AMO".


Sonaba tan cierto, tan real... cuando ella lo decía. Parecía que sus ojos gritaban lo mismo, y que su corazón podría salirse de su pecho para juntarse con el mío hasta el fín de nuestros días. Sin embargo eran solo palabras. De esas que una mañana de invierno se marchan lejos. Las mismas que acabas añorando cuando ya no están, aún sabiendo que eran mentira.

Sí, efectivamente había sido feliz 2 años de mi vida, única y exclusivamente a base de palabras. Pero, ¿cuál es si no este el sustento de nuestro existir? Las canciones que suenan en la radio, esas que hablan de amor con un ritmo tan alegre, de felicidad, de pasión. El saludo de aquel compañero de instituto que ha pasado tantos años sin verte, y que de pronto un día, sin saber por qué te llama. El primer te quiero, el último adios. Son todo simples palabras, palabras sin más a las que añadimos un sentido especial únicamente para sentirnos mejor. Sonidos, al fin y al cabo, que pueden herirte como puñales, o llenarte el alma para siempre. Y cuando el tono es triste, y cada letra se posa despiadadamente en tus oídos, recuerdas esperanzado aquel dulce te quiero del principio. Lo que yo decía, todo una mentira.

Reviví en ese momento la primera vez que le dije te quiero. Yo sí lo sentía. Y no solo vi en su cara la alegría, también la noté gritando muy dentro de mí. Pero pasado el tiempo, conociendo cada instante junto a ella, se a ciencia cierta que ninguno de mis recuerdos me alivia tanto como sus palabras. Es extraño, lo se. Tal vez porque tiendo a recordar sus te quieros, y a olvidar lo inciertos que han llegado a ser. O puede que sea por el poder de las palabras.

Curiosamente fue eso lo que me hizo sonreir de nuevo, cuando caminaba sin rumbo, solo, sin entender el por qué de todo. Una palabra suya. Y escribo esto, porque finalmente, del mismo modo que regresó, se marchó de mi lado la alegría. Cuando sus labios, sin sopesar el daño que me causarían dijeron fríamente: ADIOS.



Para Alis, con la esperanza de que te guste muchísimo, y conviertas mis palabras en algo único y especial que llevar siempre contigo.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Zapatos nuevos.


La noche del 9 de Noviembre de 1989 aquel muro cayó, y con el fuerte sonido de cada piedra chocando contra el suelo, los gritos llenos de esperanza de todos los alemanes se alzaron al viento por primera vez en mucho tiempo.




Hasta entonces había soñado cada noche con el color carmín de la sangre de los que intentaron cruzar el gran bloque de hormigón. El desagradable sonido de las sirenas resonaba cada segundo en mi cabeza. Y a pesar de que nunca comprendí del todo la situación, pasear por la ciudad se convertía siempre en algo gris.




Recuerdo la celebración de mis seis años. Todos alrededor del pastel que mi madre había preparado. Y aquel vacío que llenaba nuestros corazones, como si todos supiéramos lo forzadas que eran nuestras sonrisas. Entonces abrí mi caja, la única que mis padres podían regalarme, y vi un par de zapatos de un rojo intenso, un color tan vivo, alegre y esperanzador... tan opuesto a la realidad de mi mundo...


Mis minúsculos pies caminaban con cautela, y los nuevos zapatos contrastaban no solo con el triste color de las calles, sino también con la soledad de cada viandante. Pero yo me creía fuerte, como si un calzado pudiera darme el valor que una nación ocultaba tras sus puertas. Quizás entendí demasiado tarde, que nadie callaría el grito desesperado de los alemanes.... ni la fuerza de una niña, ni la caída de un muro, ni tan siquiera unos zapatos nuevos.




lunes, 2 de noviembre de 2009

Verdad absoluta


El olor de aquel café penetraba sus orificios nasales de una forma especial. Como si mezclado con el dulce aroma del azúcar moreno estuviera el más tierno y deseado recuerdo. Era curioso, hacía tan solo unos días la gente paseaba sonriente por las calles de Madrid, con sus camisetas veraniegas, y la diversión de un chiquillo que juguetea en la arena. El calor calaba sus huesos, y esto de alguna forma, hacía que se sintiera más cerca de él. Aquel había sido un verano intenso. Uno de esos que parecen querer quedarse para siempre. Y a pesar de que las hojas de los árboles empezaban a cambiar sus tonos verdes por amarillos y marrones, todo el follaje permanecía intacto, inmovil, como si con cada azote del aire se borrase silenciosa una sonrisa. Pero esa tarde la oscuridad cubría el cielo, y la luna se mostraba grande y pura encima de sus cabezas. Eran solo las 19:00 p.m y tan solo la luz de aquel momento trocaba la felicidad de los peatones en misterio e inquietud.


Ya es Navidad en el corte inglés.... - Pensó para sí misma mientras agarraba un folleto del suelo.- No hay más que ver las luces... cada año las ponen más pronto. Publicidad, todo publicidad. Los juguetes nos atormentan en la tele prácticamente desde agosto, los anuncios de colonias, (cada vez más llamativos y estrafalarios), ocupan más de la mitad del tiempo de cada intermedio. Y sin embargo, aún quedan meses para las comidas familiares y demás costumbres de estas fechas...


Ella, al igual que todas las personas que paseaban por preciados, sentía en el pecho ese pequeño nudo imaginario que te oprime impidiendo que respires con tranquilidad. Y sentada en aquel bar, con el café entre los brazos, no puedo hacer nada más que sonreir. Le gustaba el olor de la canela mezclada con el aproximadamente medio bote de vainilla que se había echado en la leche. Y de pronto alguien abrió la puerta. Sintió de golpe la sensación del invierno. Ese frío que te llena todo el cuerpo, ese olor...


-¡Maldito cambio climático! Cada año tarda más en llegar el frío, pero cuando lo hace...-Refunfuñó.


Se puso su chaqueta y bebiendose de un trago todo lo que le quedaba de café se marchó del establecimiento. Le apetecía pasear por la Gran Vía, y echarle a ese pobre hombre que escribía poesías, un par de euros. Pero al llegar allí no estaba. Se paró un rato en aquella pared donde siempre se apoyaba ese hombre, y pensó dónde podría estar. Otra historia más, otra de tantas. Recordó la sonrisa que se le dibujó en la cara cuando se acercó a la gorra y le dejó caer una moneda de un euro. Aquella poesía: " Anoche soñé que en un sueño te soñaba..."

La horrible letra del que escribe a toda prisa, y dobleces en el folio por doquier. Continuó con su paseo, inmersa de algún modo, en algo que se encontraba lejos, muy lejos de esta ciudad.

Rememorando viejos tiempos se sentó en la fuente de Sol, vió pasar a ese morito que vendía rosas, y se acordó de Alejandro. De todas esas tardes junto, haciendo... ¡A saber qué! En cualquier lugar, sin importar el destino. Quiso comprarse una rosa, o quizás el último helado de limón del año, pero sabía que sin él no sería lo mismo. Asique abrió la cartera, cogió el billete de tren y se sentó en uno de esos viejos y fríos asientos. Entonces tuvo la certeza, de que aunque siempre había pensado que podría vivir sin él, sin su pequeño pistachito, era una parte imprescindible en su vida. Echaba de menos su sonrisa burlona en el cristal del tren, su arruga en la chaqueta, sus trencitas, su enorme coleta de pelos enmarañados... Creía que no recordaba tantas cosas... ¡Caramba! Aún tenía bien fresco en la memoria, el día que unió una pajita y un tenedor de plástico... Sí, el palito matador. Y aquella rosa roja comprada solo para hacer de esa niña triste una mujer feliz. Las clases de filosofía.... Tantas horas desperdiciadas, para acabar descubriendo que la única verdad absoluta es sencillamente que cuando una persona te toca el corazón necesitarás su presencia eternamente.