
Cubierto ya el suelo de gélida escarcha, el piar de los pájaros arrullaba mi alma. Mientras mi triste cuerpo inútil yacía apagado en ese mullido manto.
-Ya has llegado.-Susurraron mis labios carmín.-Te estaba esperando.
Y ante mí apareció la muerte. Mucho más dulce que tú. Tomó mi mano y descubrí que, incluso sus huesudos dedos desprendían más calor que los míos.
-¿¡Qué has hecho de mí!?- Grité exhalando mi último aliento.
Lamenté profundamente que no fueras a saber jamás cómo había acontecido mi trágico final. Pero mis párpados pesaban demasiado, la vida se escapaba con premura de mi cuerpo, como si yo fuera sólo una muñeca de trapo vieja y desgastada, que va perdiendo su esponjoso relleno con cada movimiento.
Y sabiendo que con mi muerte acabaría este dolor, me entregué en cuerpo y alma a ese momento. Casi pude sentir cómo las Parcas cortaban el hilo de mi vida.
Después de eso; Nada.