
De nuevo sonaba en la minicadena esa canción de Sabina. Otra vez podía oler con total claridad la comida de cada sábado, paella. La preparaba meticulosamente añadiendo paso a paso cada ingrediente que ella utilizaba. A pesar de que el condimento que más deseara fuera tenerla a su lado. Así parecía engañar a su alma. Ponía la mesa con dos vasos, dos platos, dos tenedores, e incluso comida para dos. Pero siempre comía solo. Hablaba con la silla que había colocado estratégicamente frente a él, imaginando que en ella estaba la alegre y ansiada figura. En cambio allí sólo podía encontrar aire. Un aire malévolo que le engañaba, un aroma casi idéntico al de su paella, y un vacío inmenso sin su sonrisa. Cuando acababa recogía y fregaba sin demasiada gracia aunque canturreando en algún momento la primera canción que se le pasaba por la mente. Y así finalizaba un sábado, para enfrentarse a otro áspero y hueco domingo.
-Odio los domingo, Margot. No me aportan nada. No sé a ciencia cierta si son el primer día de la semana, o el último. No apetece salir, y quedarse en casa es una condena... ¿Para qué sirven entonces esos odiosos días?
Dijo como hablando con esa mujer que sólo él podía ver. Y ella pareció darle una respuesta que le hizo sonreir.
-Tú siempre tan alegre...
Sonrió, se giró para abrazarla sin percatarse de su ausencia. Y entre engaños y miradas vacías sin un destino fijo, voló su esperanza en un asiento de clase media del avión de su imaginación. Al menos por ese domingo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario