jueves, 21 de abril de 2011

Recuerdos empaquetados.

La vida al final es un papel de regalo arrugado en un rincón. Una foto que ha perdido el color y el brillo con el paso de los años. Una arruga, o como lo llaman ahora; "una línea de expresión". Una risa juguetona chocando contra las paredes diáfanas de algún portal. Tan solo recuerdos, más o menos nítidos, pero recuerdos. En cambio, en mi caso, la vida no ha llegado a ser ni eso... pues mi mente, cada vez más débil y cansada, ha decidido empaquetar mis fotos, mis risas, las imágenes de todo lo que he vivido. Y lo ha precintado tan bien que pocas son las veces que viene a mi solitaria cabeza un fino rayo de luz iluminando mis pensamientos. Entonces, cuando un ápice de serenidad deposita en mi cerebro un recuerdo, como una abeja poliniza poco a poco las flores que la rodean, tomando un sorbo de pólen de aquí, otro de allí... cuando eso ocurre tengo claro que he visto tus ojos intensos, de mayor profundidad que muchos océanos, tantas veces que podría hacer un mapa de cada rincón. Los he soñado, los he añorado. Y aunque ya no recuerdo su color, nunca logré olvidar lo que me hacían sentir. Consigo distinguir entre el tumulto y la confusión tu voz, la memoria se me empapa de emociones, de tu risa querido amigo, de tu voz. Comprendo que tal vez sean ciertas tus palabras y la inspiración jamás existió. Quizás ningún poeta ha visto nunca a sus musas. Meras invenciones de bohemios que quieren dárselas de genios. O por el contrario, alguien guió mis manos cada vez que plasmé ideas en un papel, llenando mis pulmones de oxígeno fresco y puro, haciendo brotar de mi sangre tintas de colores que teñían a borbotones folios en blanco. No lo sé.
De pronto no encuentro ninguna cosa, nuevamente estoy vacía, sola ante un mundo extraño que no es nada para mí. No logro saber a ciencia cierta si en algún momento fui alguien, si aún lo soy. Si en algún rincón o en algún momento tal vez mis hijos (si es que los tengo) vendrán a verme, y asustados cuando no sepa quienes son, decidirán marcharse para siempre y no volver.
Este maldito monstruo me ha robado mi vida, me ha robado la sonrisa de mis nietos, la felicidad serena, y la paz de saber dónde estoy, quién soy. Por eso, ahora que comprendo lo que ocurre, ahora que sé que quizás en un segundo no recordaré nada que pueda atarme a la vida, me despido de todos aquellos que hayais llegado a quererme. Y os suplico que entendais que la única forma de acabar con este odioso alzheimer es terminando conmigo también.