lunes, 13 de agosto de 2012

¿Recuerdas?



¿Recuerdas aquellas tardes juntos? Ojalá no las hayas olvidado…

He invertido demasiado tiempo contemplando un reloj sin frenos que corría en círculos, y cuando quise tomar carrerilla, cambiar de panorámica y volar, el aire abrasó mis mejillas causándome un amargo llanto.

¿Recuerdas aquel día en la piscina? Éramos sólo dos críos. Dos críos insoportables que se odiaban por quererse tanto. Recorrí con mi dedo tu espalda, jugando a un juego macabro que me conducía a la perdición. Pero sin duda mereció la pena.

¿Recuerdas cómo temblaban tus ojos jadeantes, sedientos de esperanza y de perdón mientras se sumergían en los míos? Dijiste justo las palabras que esperaba. Tal vez mi rostro continuó implacable mirando cada movimiento de tu cuerpo, pero puedo jurarte que mi alma tembló como una hoja en otoño. Por un instante sentí que algo cambiaría para siempre entre nosotros. Te perdoné, es más, sentí que no había nada que perdonar. Siempre has tenido esa virtud. O ese defecto.
Dijiste con un vaso de tubo en la mano que habías sido un cobarde, que necesitabas abrirte conmigo como no lo habías hecho con nadie. Que lo intentabas porque querías “redimirte” para mejorar. Sí, eso dijiste.

¿Recuerdas las carcajadas que retumbaban en aquellas cálidas paredes? Era divertido volver a sentirme tan querida por ti. Me reconfortaba pensar que mientras estuviéramos juntos todo iría sobre ruedas. Me creí letra a letra cada palabra que salió por tu boca. Y no imaginas cuánto dolió comprobar que eran mentira.

Quisiera volver a reírme como entonces. Hablar, mirarnos, ver la tele… Añoro lo estúpido que pareces cuando doblas documentales de animales. Y jamás he tenido tanto miedo. Miedo de estar cerca de ti, miedo de estar lejos. Miedo porque sé que volverás, y porque sé que lo espero. Miedo porque esta desintoxicación nunca funciona. Miedo porque una palabra tuya rompe en pedacitos mis esquemas.

¿Recuerdas aquellas tardes juntos? Ojalá no las hayas olvidado…

domingo, 12 de agosto de 2012

Tupido manto.



Aquel lugar era distinto al resto para ella. Sólo de pensar en aparcar su coche allí se le estremecía el cuerpo de punta a punta.

-¡Caramba, parece que nos cubre un manto!-Dijo sonriendo.

-No brillan más que tus ojos.-Añadió él.

Sus miradas se entrelazaron con fuerza, como si más allá de aquel cubo de metal no hubiera un mundo lleno de recodos aún por descubrir.
Ella, sonrojada y feliz, volvió a contemplar aquella estampa.
Él, algo más suelto y decidido, tocó su pierna y la besó.

-Te quiero.-Dijeron al unísono.

Y durante unos instantes, no hubo más sonido en el universo que el de sus dos locos corazones.