lunes, 19 de diciembre de 2011

Sobre las bienvenidas.


Aviones que aterrizan, luces que señalan el camino a seguir. Maletas. Felicidad.

Se abrió paso entre la gente, y aceleradamente, tras zafarse de la puerta, descubrió sus impacientes rostros. Le estaban esperando.
Habían pasado tantos meses desde que se marchó, que aquella tierra le parecía extraña a la par que súmamente familiar. El calor hogareño que se fundió con ese primer abrazo, no tardó ni un segundo en conquistar su corazón.


-Os he echado tanto de menos...-Pensó. Y se sorprendió a sí mismo cuando comprendió lo difícil que se le haría volver a marcharse semanas más tarde.


Las sonrisas que se habían dibujado en sus caras, ocupaban más espacio que los aeroplanos cargados de ilusiones. Blancas como la escarcha, llenas de luz como el mismo sol.
Se agolparon en su cabeza tantas imágenes, historias maravillosas que querría expresar sin tomar aliento ni un solo segundo. En cambio se limitó a contemplar la estampa. Estaban allí. Con eso era más que suficiente.


Abrazado a su sonrisa no habría problemas. Nunca más sentiría soledad. Jamás le arroparía la oscuridad.
Y perdido en el sin fin de encuentros y despedidas, sofocó un mar de lágrimas que se aglomeró en su garganta a modo de pasión.

sábado, 10 de diciembre de 2011


Las hojas amontonadas cayeron sobre su pelo. Muerto el corazón desde hacía años, supo que aquello no era el fin. Los entresijos de un sendero un tanto macabro comenzaban a enloquecerle, y bajo su frívola imagen... algo de amor. Hablar con los oídos. Escuchar con los labios. Besar con las palabras, morir al fin, con cada encuentro. Cerrar los ojos, profanados con tanta inmundicia. Soñar que en algún momento, llegaría algo mejor. Sentir el pesado paso del tiempo sobre sus piernas. Dejarse llevar por la seductora caricia que le tentaba a elegir, en esta ocasión, el camino más fácil. Recular. Apretar el gatillo y apuntar lejos. Rechinar los dientes. Sonreir por puro temor.
El cíclico tiempo retornando sobre sus propios pasos una y otra vez. Imnortal y caduco al mismo tiempo. Fabuloso y trémulo. Carente de sentido, lleno de razón. Nubes esponjosas que juegan a ser alguien. Un cielo azul eléctrico que parece arropar al mundo. Y en cambio allí, un solo roble. Viejo, cascado, sangrando sabia por algunos de sus pliegues. Supurando lágrimas de desesperación.
Se sentía identificado con aquel árbol. Era el vivo reflejo de la misma muerte. El devenir de un hombre que apenas sabe mantenerse en pie durante tres segundos. Un pequeño e inseguro paso. Otro. Otro más. Y de nuevo al suelo. Levantarse ya era casi automático. Como un niño inestable que aprende a andar despacito, para poder tocarlo todo.
En este caso lo último en que pensaba él era en explorar. Su espíritu aventurero había fallecido mucho tiempo atrás, y había sido enterrado, junto con su último sueño, bajo aquel viejo roble.
El olor del frío invierno llegó de golpe a sus fosas nasales. Las envolvió. Y aquella desagradable sensación fue para siempre.
Tal vez tenía helado el corazón, marchita el alma. O quizás... amaba demasiado todo cuanto tenía; nada.

En cambio, no existía un enmarañado laberito, sólo sus pasos. No corría celéricamente el tiempo, sino en su mente. No había invierno, más allá de su nevada sién. No había motivos para odiar la realidad, tampoco para amarla. Sólo un reseco tronco, vacío de ilusiones. Y unos ojos perdidos buscando un ojalá.

Recuerdos.


Los acordes de esa canción me hicieron recordar aquel 14 de diciembre. Gélidas manos, ardientes labios. Palabras que luchaban frente a frente con mi mente, en una brutal batalla que acabó con un:
-Te quiero.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Jou, jou, jou.


Diciembre.
Bolas adornando un árbol de plástico, pequeños y rechonchos "Papá Noeles" colgados de los pomos de las puertas, luces de colores, papeles de regalo de mil colores y texturas... Sueños. Sueños que parecen posibles, un poco más cercanos, casi tangibles. Reencuentros, jerseys de lana, cafés calientes, sonrisas.
-Es cierto, en estas fechas la gente es un poco más amable.-Dijo ella.
-Quizás tengas razón, pero yo no me lo creo. La Navidad no existe, no es más que un puñado de papeles que envuelven lo de siempre: mierda, mierda, y más mierda. Además, tanta felicidad me abruma.-Replicó él.
-¡Venga ya! Ojalá compartieras conmigo esta sensación de alegría constante. Adoro el frío, los regalos, las luces, lo bonito que está todo cuando llueve, incluso cuando nieva.-Le reprochó ella. Y puso esa cara tan dulce, con los ojitos brillantes y el gesto torcido.
Parece una niña de 5 años. Pensó. Y mirándolo así... ya no parecía tan malo. Simplemente Navidad.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Escarcha en las hojas cobrizas.


Las hojas que acolchaban el suelo coloreaban la estampa de tonos cobrizos. Los árboles, casi desnudos, contemplaban el paso del tiempo, el ir y venir de los estudiantes. Y mientras tanto, la escarcha aún cubría con su blanco manto el follaje al que no le había dado el sol.
Peculiar imagen, casi de postal, la fusión perfecta de dos estaciones: Otoño e invierno. Las doradas hojas, recostadas sobre el suelo, querían dormir para siempre, dejando paso a las nuevas que no tardarían más que unos meses en brotar donde antaño estuvieron ellas. El gélido soplo del invierno, queriendo abrirse paso a empujones, tocaba sutilmente el lecho que formaban en el camino. Recordándonos así, que no tardaría demasiado en integrarse en nuestros días.
Y, cuando eso suceda, ya no sonará el crujido de las hojas partiéndose bajo los pies de la gente. Ese ruido se trocará en el chapoteo ágil en un charco, incluso el fuerte pisar de los muchachos sobre la nieve.
Cíclico como la vida misma. De nuevo otoño. Otra vez invierno. Tardes lluviosas mirando tras la ventana, jugando a las carreras con las gotas que empañan el cristal. El premio: un pequeño riachuelo improvisado en el reborde del ventanal. Paraguas abiertos esperando secarse. Pantalones calados. Botas de agua. La ropa de invierno, apolillada en el armario, vuelve a estirarse. Y al final de todo, será una vez más verano. Dejando paso a las flores, que poco después morirán. A continuación las hojas cubriendo el suelo de nuevo. Y otra vez la escarcha se posará sutilmente sobre el follaje. Volviendo a contemplar, la tan esperada imagen.