sábado, 10 de diciembre de 2011


Las hojas amontonadas cayeron sobre su pelo. Muerto el corazón desde hacía años, supo que aquello no era el fin. Los entresijos de un sendero un tanto macabro comenzaban a enloquecerle, y bajo su frívola imagen... algo de amor. Hablar con los oídos. Escuchar con los labios. Besar con las palabras, morir al fin, con cada encuentro. Cerrar los ojos, profanados con tanta inmundicia. Soñar que en algún momento, llegaría algo mejor. Sentir el pesado paso del tiempo sobre sus piernas. Dejarse llevar por la seductora caricia que le tentaba a elegir, en esta ocasión, el camino más fácil. Recular. Apretar el gatillo y apuntar lejos. Rechinar los dientes. Sonreir por puro temor.
El cíclico tiempo retornando sobre sus propios pasos una y otra vez. Imnortal y caduco al mismo tiempo. Fabuloso y trémulo. Carente de sentido, lleno de razón. Nubes esponjosas que juegan a ser alguien. Un cielo azul eléctrico que parece arropar al mundo. Y en cambio allí, un solo roble. Viejo, cascado, sangrando sabia por algunos de sus pliegues. Supurando lágrimas de desesperación.
Se sentía identificado con aquel árbol. Era el vivo reflejo de la misma muerte. El devenir de un hombre que apenas sabe mantenerse en pie durante tres segundos. Un pequeño e inseguro paso. Otro. Otro más. Y de nuevo al suelo. Levantarse ya era casi automático. Como un niño inestable que aprende a andar despacito, para poder tocarlo todo.
En este caso lo último en que pensaba él era en explorar. Su espíritu aventurero había fallecido mucho tiempo atrás, y había sido enterrado, junto con su último sueño, bajo aquel viejo roble.
El olor del frío invierno llegó de golpe a sus fosas nasales. Las envolvió. Y aquella desagradable sensación fue para siempre.
Tal vez tenía helado el corazón, marchita el alma. O quizás... amaba demasiado todo cuanto tenía; nada.

En cambio, no existía un enmarañado laberito, sólo sus pasos. No corría celéricamente el tiempo, sino en su mente. No había invierno, más allá de su nevada sién. No había motivos para odiar la realidad, tampoco para amarla. Sólo un reseco tronco, vacío de ilusiones. Y unos ojos perdidos buscando un ojalá.

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