jueves, 30 de septiembre de 2010

Danae, dulce Danae.


Pequeña Danae, es tan sutil la blancura de tu piel... En las noches más oscuras, entre los sueños más profundos e inconfesables, apareces tú cual blanco rayo de luna iluminando cada rincón de mi ser. Tu sonrisa, dulce, tierna, melancólica y efímera, pasea por mi mente sin piedad dejando el más mínimo recoveco para el resto de mis pensamientos. Eres mi Venus. Tus ojos me hicieron víctima de la desdicha desde el primer instante pues tú no padeces este amor del mismo modo que yo, pero en parte mi tristeza es amarga y dulce a la par, ya que sólo con oler ese aroma embriagador que desprendes al pasar, vuelve mi cabeza al mundo, pisan mis pies sobre firme. ¡Ay, pobre de mí! Loco según algunos, enamorado para otros. Lo único que tengo claro, amada mía, es que no hay verdad más allá de tí, de tu piel serena hecha de luna, de tu sonrisa sincera y la sutileza de tus cabellos. Pues eres para mí, ángel celestial traido a este mundo para salvarme.

lunes, 20 de septiembre de 2010

¿Arjé o Physis?


El melancólico tono de su voz parecía definitivo, y sin dudarlo ni segundo se dispuso a hacer esa amarga pirueta que es la muerte. Se ahogó aquella noche en un vaso de agua vacío, sintió cómo la arena inexistente de antiguo desierto cubría su cuerpo, y creyó tener los pulmones saturados por el polvo de su burbuja de plástico. Había muerto espiritual y mentalmente unas 200 veces, pero su cuerpo maltrecho y descuidado parecía muy interesado en continuar caminando.

-No es que yo no quiera vivir.- Dijo mirándose al espejo.- Es que la vida dejó de interesarme cuando comencé a ver ocasos por amaneceres. Cuando deshojar margaritas empezó a resultar aburrido y carente de interés. Aún así sueño cada noche con el melodioso y rítmico: "Me quiere, no me quiere, me quiere no me quiere..." de una niña que juega en un parque a ser querida por primera vez.

Miró el mural que colgada de su pared: ARJÉ, PHYSIS... Palabras filosóficas que un día tuvieron algún sentido para ella. Sonrió y susurró:

-Tales, estabas loco, loco de remate. Y conseguiste que enloqueciera yo. Aquel libro amarillo con tus palabras, tus razonamientos y tus sinsentidos. Agua. Todo viene del agua. Y si es así quiero ser lluvia, mojar la tierra y hacer que gracias a mí crezca la hierba. Recorrer ríos juguetones hasta llegar a un inmenso y azul océano. Perderme rozando veleros, jugando con los peces y olvidando mi triste y mísera vida anterior.- Paró unos instantes. Pensó y prosiguió muy convencida.- Aunque en realidad siempre he sido más partidaria de esa historia, tal vez absurda del arjé. Si bien es cierto que somos ese "algo" indefinido pero material que nadie puede concretar o describir, quiero ser esa parte mínima e indivisible, y permanecer inmovil mirando el tiempo pasar. Siendo sabia, aprendiendo a razonar, a no juzgar. En definitiva, como una vieja profesora decía: "Es tan importante ser, que hasta para no ser hay que ser algo." Ha llegado el momento de dejar de ser esto para ser aquello. Quizás de ese modo sea feliz, o tal vez todo termine con esta pirueta macabra que es la muerte. Lo que tengo claro, es que no volveré para contarlo.

Y metiendo un pie en el agua templada de la bañera encendió la radio y al son de la música lo dejó caer.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Soneto XIII.


A Dafne ya los brazos le crecían,
y en luengos ramos vueltos se mostraba;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que el oro escurecían.

De áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros, que aún bullendo estaban:
los blancos pies en tierra se hincaban,
y en torcidas raíces se volvían.

Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol que con lágrimas regaba.

¡Oh miserable estado! ¡oh mal tamaño!
¡Que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón porque lloraba!


Garcilaso de la Vega.

La primavera besaba.


La primavera besaba
suavemente la arboleda,
y el verde nuevo brotaba
como una verde humareda.
Las nubes iban pasando
sobre el campo juvenil...
Yo vi en las hojas temblando
las frescas lluvias de abril.
Bajo ese almendro florido,
todo cargado de flor
—recordé—, yo he maldecido
mi juventud sin amor.
Hoy, en mitad de la vida,
me he parado a meditar...
¡Juventud nunca vivida,
quién te volviera a soñar!


Antonio Machado.

Otro soneto.


Si el padre universal de cuanto veo
en la naturaleza nuestra humana,
despreció la sentencia soberana,
obedeciendo un femenil deseo;

si un rey David y un nazareno hebreo,
a Bersabé y a Dálida tirana,
la fuerza y la vitoria rinde llana,
que no pudo el león ni el filisteo,

¿en qué valor mis ojos se fiaron,
y presumió mi ingenio saber tanto
que no le hiciera tu hermosura agravio?

Pues con fuerza, virtud y ciencia erraron
Adán el primer hombre, David santo,
Sansón el fuerte y Salomón el sabio.


Lope de Vega.

Soneto.


Cual engañado niño que, contento,
pintado pajarillo tiene atado,
y le deja en la cuerda, confiado,
tender las alas por el manso viento;

y cuando más en esta gloria atento,
quebrándose el cordel, quedó burlado,
siguiéndole, en sus lágrimas bañado,
con los ojos y el triste pensamiento,

contigo he sido, Amor; que mi memoria
dejé llenar de pensamientos vanos,
colgados de la fuerza de un cabello.

Llevóse el viento el pájaro y mi gloria,
y dejóme el cordel entre las manos,
que habrá por fuerza de servirme al cuello.


Lope de Vega.

Cómo llenarte, soledad.


Cómo llenarte, soledad,
sino contigo misma...

De niño, entre las pobres guaridas de la tierra,
quieto en ángulo oscuro,
buscaba en ti, encendida guirnalda,
mis auroras futuras y furtivos nocturnos,
y en ti los vislumbraba,
naturales y exactos, también libres y fieles,
a semejanza mía,
a semejanza tuya, eterna soledad.

Me perdí luego por la tierra injusta
como quien busca amigos o ignorados amantes;
diverso con el mundo,
fui luz serena y anhelo desbocado,
y en la lluvia sombría o en el sol evidente
quería una verdad que a ti te traicionase,
olvidando en mi afán
cómo las alas fugitivas su propia nube crean.

Y al velarse a mis ojos
con nubes sobre nubes de otoño desbordado
la luz de aquellos días en ti misma entrevistos,
te negué por bien poco;
por menudos amores ni ciertos ni fingidos,
por quietas amistades de sillón y de gesto,
por un nombre de reducida cola en un mundo fantasma,
por los viejos placeres prohibidos
como los permitidos nauseabundos,
útiles solamente para el elegante salón susurrado,
en bocas de mentira y palabras de hielo.

Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona
que yo fui,
que yo mismo manché con aquellas juveniles traiciones;
por ti me encuentro ahora, constelados hallazgos,
limpios de otro deseo,
el sol, mi dios, la noche rumorosa,
la lluvia, intimidad de siempre,
el bosque y su alentar pagano,
el mar, el mar como su nombre hermoso;
y sobre todo ellos,
cuerpo oscuro y esbelto,
te encuentro a ti, tú, soledad tan mía,
y tú me das fuerza y debilidad
como el ave cansada los brazos de la piedra.

Acodado al balcón miro insaciable el oleaje,
oigo sus oscuras imprecaciones,
contemplo sus blancas caricias;
y erguido desde cuna vigilante
soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres,
por quienes vivo, aún cuando no los vea;
y así, lejos de ellos,
ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres,
roncas y violentas como el mar, mi morada,
puras ante la espera de una revolución ardiente
o rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo
cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista.

Tú, verdad solitaria,
transparente pasión, mi soledad de siempre,
eres inmenso abrazo;
el sol, el mar,
la oscuridad, la estepa,
el hombre y su deseo,
la airada muchedumbre,
¿qué son sino tú misma?

Por ti, mi soledad, los busqué un día;
en ti, mi soledad, los amo ahora.


Luis Cernuda.

Recuerdo infantil.


Una tarde parda y fría

de invierno. Los colegiales

estudian. Monotonía

de lluvia tras los cristales.


Es la clase. En un cartel

se reprensenta a Caín

fugitivo, y muerto Abel,

junto a una mancha carmín.


Con timbre sonoro y hueco

truena el maestro anciano

mal enjuto y seco,

que lleva un libro en la mno.


Y todo un coro infantil

va cantando la lección:

Mil veces ciento, cien mil,

mil veces mil, un millón.


Una tarde parda y fría

de invierno. Los colegiales

estudian. Monotonía

de lluvia tras los cristales.


Antonio Machado.

Vainilla y óxido.


Su problema era insufrible. Perdía cada vez que lo intentaba, pero igualmente no dejaba de probar. Hasta aquella noche cuando todo cambió , parecía distinto, tal vez su suerte realmente se trocado en algo mucho mejor, o quizás eran sus ojos de un verde pardo y muy intenso los que hacían de esa situación algo mágico y diferente. Se sintió renovado durante unos instantes, tomó con ganas el fresco aire de las oscuras calles de Madrid, y se dispuso muy seguro de sí mismo a recorrer el camino necesario hasta ella. Era una chica inteligente, alta, guapa y con un cuerpo espléndido. No superaba los 18 y cada vez que se acercaba a decirle algo el perfecto e indiscutible blanco de su sonrisa hacía que perdiera la razón. Solía sentirse idiota, las palabras se hacían una bola inmensa en su boca, y cuando intentaba ordenarlas, como en una protesta contra su amo, salían todas aceleradamente de golpe. Pero tenía la esperanza de que aquella vez todo fuera distinto. La luna estaba llena, y era sábado, por lo que ella estaría en ese pub de la esquina con sus amigas. Esperó pacientemente una, dos, incluso tres horas en esa puerta de la que no salía nadie. Hasta que finalmente su inconfundible cabello de color miel apareció de entre el segurata de la entrada y un grupo de chicas a las que no conocía. Lo único que se oía en toda la calle eran los tacones de aquellas jóvenes y por supuesto sus carcajadas chillonas y escandalosas. No lo pensó demasiado, caminaba a una distancia prudente y no dejaba de mirarla. Era consciente de que ese sentimiento era más que un capricho inocente, había pasado del deseo a la obsesión. Y en cuanto se quedó sola se acercó sigiloso hasta ella, la agarró de la cintura y le dijo:
- Nena, tómate algo conmigo.
Su voz sonaba áspera, y sus pupilas estaban notablemente dilatadas, como si el alcohol y la raya que se había esnifado hablara más que él que su propio cuerpo.
-Lo siento, tengo prisa.- Dijo ella. Y acelerando el paso intentó alejarse de él.
- ¡Eh! ¡¿Quién te has creido que eres para rechazarme, niñata?!.- Estaba demasiado excitado, la ira recorría su cuerpo impidiendo cualquier tipo de razonamiento por su parte. Y al ver el desprecio en la cara de la joven no dudó en sacar del bolsillo las llaves de su casa. Cogió la primera puntiaguda que encontró, y sin darse siquiera un segundo para pensar en lo que estaba haciendo se la clavó en el cuello.
Sólo se pudo oir un leve gemido, y acto seguido un golpe intenso en el suelo. Allí estaba, tendida frente a él. Ciertamente era tan hermosa como siempre había pensado. Pelo largo y rizado, piel de porcelana y ojos negros. Su cuerpo atlético aún estaba tapado por una pequeña falda y una blusa blanca por la cual se apreciaba el tono pastel de su sujetador. La sangre, de un rojo intenso, corría por su cuello, y pudo notar que cada vez estaba más blanquecina. Se agachó y olió su cuerpo lentamente, disfrutando de aquel último momento junto a ella. Vainilla revuelta con el olor a óxido de la sangre. Resultaba excitante esa estampa. Se manchó las manos al intentar levantarle la cabeza, y al darse cuenta de lo que había hecho se fue gritando: -¡No soy un asesino!
Y ciertamente, no lo era, el alcohol y la cocaina actuaron por él. Pero aquel recuerdo latiría por siempre en lo más profundo de su corazón. Fundiéndose con ese olor intenso a vainilla y óxido. El olor de la muerte prematura.

martes, 14 de septiembre de 2010

Hay noches como esta en que...


Hay noches como esta, en las que la añoranza puede conmigo y teniendo tu olor aún revuelto entre mi pelo te necesito hasta puntos insospechados. Entonces me doy cuenta de que el aroma del verano se fue difuminando lentamente, hasta ser imperceptible. Las calles han cambiado su alegre olor a helado de fresa por un espeso y pastoso regusto a chocolate. Y aunque adoro las tardes de invierno, me temo que este no promete demasiado. De igual modo al llegar los carnavales me disfrazaré sonriente, celebrando que otra vez estoy a dos pasos de hoteles con vistas al mar y olor a calamares fritos. Quizás ahora, en noches como esta, el rubor del oleaje esté difuso y suene lejos, en cambio entre forros y cuadernos tengo claro que lo bueno nunca acaba si hay algo que te lo recuerda.

Hay sobre el escritorio cientos cosas que podrían traerme a la memoria instantes a tu lado; Tus rosas, tu cuaderno contando nuestra historia, una caja llena de nuestros billetes de tren... Pero no necesito nada de todo eso para sonreir pensando en tí, pues cada segundo a tu lado late intensamente día a día en mi interior. Se mezcla con mi sangre recorriendo cada milímetro de mi cuerpo, permitiendo que mueva los dedos, las manos, los pies, y que al estar a tu lado pueda reir a carcajada limpia.

Seguramente habrá más responsabilidades que tardes arropados viendo una película despreocupadamente, más noches como esta que de esas en las que juego con tus pies desnudos. Pero no puedo evitar sonreir cuando me percato de que gracias a días de añoranza soy consciente de lo valioso que resulta lo que siento. Porque es suficiente cerrar los ojos y pensar en tí para recuperar la calma. Te quiero.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Mi guión definitivo.


Jamás pensé en las palabras que diría al despedirme, no practiqué frente al espejo un gesto adecuado, ni traté de controlar mis lágrimas. He sido siempre un tipo que prefiere improvisar. Tengo la "loca" idea de que el guión de la vida se escribe sobre la marcha; En ocasiones la tinta falla, otras es el papel el que, cansado de tanta historia decide abandonar... pero aún lleno de borrones, rajas y manchas de tinta, quiero que este pedazo blanco de papel sea el testigo fiel de mis últimas palabras.

A los 15 años a penas comienzas a vivir, a los 18 joven y altanero te consideras el rey del mundo... en cambio el tiempo se encarga de envejecer no sólo tu rostro, sino tu alma. Es en ese momento cuando llega el desaliento, la inseguridad, y ese rudo y seco nudo en el pecho llamado soledad. Entonces deseas correr hacia atrás, dar ese beso que jamás diste, pedir aquella sonrisa que necesitaste con tanta fuerza, incluso borrar de tus labios el reproche que hirió con fuerza a los que te querían. Aprecias tus virtudes, odias tus defectos. Eres, por primera vez consciente de que aquella figura deteriorada, antes tan hermosa y viva, es la tuya... Temes. Lloras. Pero también sonríes y encuentras reposo en tu desdicha. Porque al final del camino, una mano amiga agarrará la tuya dándote, con la última mirada, ese segundo más que tanto suplicaste.

Si bien es cierto que no escribí ni tan siquiera un discurso para este momento, el arado despiadado del tiempo se encargó de sembrar mi frente con sus surcos imborrables, y sé que no habrá un mañana más allá de esta soledad intensa. También yo me sentí desarropado y perdido, muchas noches lloré cuando nadie miraba. Vi crecer a cada uno de los que me rodean, aunque esto en ocasiones supusiera olvidarme de mí para centrarme en los demás. Asumí la muerte de amigos y familiares. Y siempre tuve aliento cuando se trataba de ayudar. Pero ha llegado la hora, me encuentro en el ocaso de mis días. No estoy apenado, no siento miedo, pues sé que mi muerte será el último y más hermoso rayo de sol. Y porque tengo la certeza de que tu mano, amada mía, será la última que rozaré.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Utiliza en la vida los talentos que poseas, el bosque estaría muy silencioso si sólo cantasen los pájaros que mejor lo hacen.


Cantó como si fuera la última vez que lo hiciera. Sintió el aire bajando por su tráquea, penetrando sus pulmones y saliendo fuerte e intensamente al exterior, para formar parte nuevamente de aquella bola inmensa de sonidos que poblaban el bosque. Voló lejos, huyendo de lo que intentaba ser un armonioso canto, pero que más bien se quedó en un chillido desagradable.

Pero, pasado el tiempo comprendió lo silencioso que estaría el bosque si sólo cantaran en él los pájaros que mejor lo hicieran. Voló nuevamente rumbo hacia la rama donde se había sentado en aquella ocasión, y tomando aire otra vez, miró un punto fijo en el cielo azul y silbó. Primero suavemente, después con un poco más de fortaleza, y finalmente, lo hizo todo lo fuerte que pudo. Escuchó en ese instante el eco de su voz. Se sacudió, movió las alas, y se marchó. Pero gracias a ese canto, a esa voz difuminada en el viento... aquel bosque tendría siempre la esencia del pequeño pajarito.