viernes, 22 de enero de 2010

Algún día, cuando pueda llevarte a Varsovia...


-Bueno, yo preferiría llevarte a Cracovia... pero no puedo cambiarle el título al libro. Podría escribir otro...
Dijo sonriendo, con los ojos del que sueña constamente y el tono de voz del que pisa fuertemente el suelo.
Estaba allí, sentado en aquella gran silla de algo parecido al mimbre. Con el té en una mano y la felicidad en la otra. Entonces recordé el vídeo que le había hecho, y esa foto retocada en la que escribí que desearía viajar por todo el mundo con él como acompañante. "Cracovia..." pensé yo, mirando esa pulsera que simulaba lacasitos de colores que se había puesto en la muñeca para recordarme. Y al llegar a casa, con el pompero en el bolsillo del abrigo, busqué en internet el nombre de aquella peculiar ciudad. Pero pronto me arrepentí y cerré la página. Quería que todo lo que hubiera sobre el suelo de Cracovia me lo descubriera él. Darle la mano y dejar que apartara lentamente el cielo para poder contemplar la inmensidad sobre nuestras cabezas. Las nubes del dolor ya no estarían, de hecho ya no estaban. Porque agarrada a su cuerpo nada me hacía sufrir.
Es curioso, nunca me había planteado la definición de PAREJA ESTABLE, pero seguramente él tuviera razón. Una pareja estable es aquella que por encima del tiempo que lleven juntos tiene la suficiente constancia, sinceridad, cariño y confianza como para atravesar barreras. Sí, he dicho barreras. Y no me refiero a muros de piedra, rudos y fríos, sino a esos pequeños obstáculos (a veces no tan pequeños) que la vida va dejando poco a poco por nuestros caminos. La estabilidad no es tener el camino asegurado, ni tampoco dar pasos sobre él por rutina. Es ir más allá. Es discutir y después llorar de alegría al ver la sonrisa del otro, es simplemente oír su voz aún estando lejos. Y debo decir aquí y ahora que eso es justo lo que tenemos nosotros: ESTABILIDAD. `

Esta tarde lo hice. Grité al mundo: -¡Para, que yo me bajo! Y paró. Ya no corría el tiempo, porque sobre tus piernas sólo existimos tú y yo. Ya no existían mis miedos, tu locura, ni mi voz. Sólamente podía oir el casi imperceptible "plum" de las pompitas al explotar y tu respiración. Me sentí como una niña pequeña, disfrutando de cada instante haciendo pompitas de amor a tu lado, pompitas en un principio imaginarias, y por último extrañamente reales. Contemplando el anochecer de este 22 de Enero únicamente porque después vendrá un día más a tu lado.

Y de nuevo volví a pensar en Cracovia, en si la luna se vería del mismo modo que aquí esta noche, y si el color de las calles sería el mismo. Pero pronto tuve la certeza de que no. Porque cuando vaya recorriendo cada rincón de esa ciudad, no será el color de sus tristes edificios, ni el de la ropa de sus habitantes el que inunde mi espíritu. Será el color del amor que nos tenemos el que sin duda me llenará el alma. Y allí, unida un poco más a tí, querré quedarme para siempre, recordando esa tarde en que dejaste en mi cartera un libro llamado: "Algún día, cuando pueda llevarte a Varsovia..." La misma tarde que me hiciste recordar que habría un mañana, y que sería, sin duda, juntos.

lunes, 18 de enero de 2010

Una barca para tí.


Cerré la puerta al mundo, y me subí a ese universo nuevo que descubría cada vez que me perdía en su cuerpo. De modo que apreté los ojos y dejé que me enseñara cosas que no necesitaba saber, pero que ahora me parecían curiosamente imprescindibles.
La nieve se derretía detrás del cristal de su ventana y un poco más allá, su cama. Allí el que parecía deshacerse poco a poco era él. Sudaba tanto que había convertido su cama en un gran lago, y nosotros navegábamos sobre él con nuestra minúscula y perfecta barquita. Entonces detuvimos el ritmo de la travesía y nos paramos desnudos, sin miedo, a mirar las estrellas. Él aseguró verlas en mis ojos, y yo las podía contemplar en su blanca y tersa piel cada vez que se quitaba la ropa.

viernes, 8 de enero de 2010

Moo


Una tarde más inolvidable.

Teniendo aún grabado en su cabeza el olor del té blanco con melocotón y el sabor del café caribeño se acomodó el pelo con cuidado e introdujo la contraseña del ordenador. Allí estaba su imagen, la de la primera vez que él había escrito TE QUIERO mientras se veían. Le gustaba tenerlo de fondo de pantalla, porque así cuando se sentía mal sólo tenía que encender el ordenador para ver su sonrisilla y todo lo demás desaparecía. Como aquella noche. Estaba triste, melancólica... nostálgica quizás. Se sentía culpable por haber tenido que irse de ese modo dejando la cena lista y una sonrisa triste dibujada en la cara de él. Le dolía pensar que siempre sería así, que por mucho tiempo que pasase no podría darle más que eso.. ratos incompletos que a ella le llenaban tanto... pero que quizás a él terminarían por cansarle. Tembló por un momento. Hizo una pausa para secarse las lágrimas. Gritó. Quería echar fuera toda la rabia acumulada, pero era imposible si no estaba a su lado.

-¡Maldito rastitas risueño, te quiero ¿¡sabes!?!

Se abrazó a la almohada y continuó llorando, buscando su olor.
Había dejado el móvil sobre el escritorio y de pronto sintió que tenía que mirarlo. Levantó la tapita y...

¡Peque! Te quiero mucho. Espero que no te rayes, ¿ok? Que hasta tu voz sonaba un poquito mal... Descansa y mañana te veo como sea =) Te quiero. Muaka! ^^

Efectivamente, allí estaba él, y otra vez sintió una sonrisa en su cara. Siempre sabía cómo consolar sus penas... SIEMPRE. Entonces se le vino a la cabeza aquella canción.. mmmm... ¿cómo era? "Piensa en mí cuandoooo sufrassss..." Y tarareando la musiquilla la buscó en el ordenador. La noche anterior se la había pasado él mismo. En ese momento abrió la página de su blog, y quiso escribir algo bonito, algo que le hiciera sonreir sinceramente... Agrupar las palabras adecuadas y dejar que siempre latieran en su corazón de un modo especial, corriendo por sus venas, siendo imprescindibles para darle vida. Sí, eso es, intentó darle fuerzas, ánimo, alegría. Llenar su espíritu de cosas nuevas, de grandes emociones y lograr elevarle. Su cuerpo vibró dulcemente cuando recordó cómo él le había susurrado:

-Peque, me haces volar. Nunca nadie me había hecho sentir de este modo.

En ese instante la respiración se le cortó y no supo muy bien qué decir, cómo explicar aquello que le apretaba el pecho... quizás podría llamarlo ¿amor? No, no, no era amor. Esa palabra es demasiado ruda, utilizada en exceso por labios crueles que no saben querer. ¿Pasión? ¡Qué término tan simple! Demasiado fácil sentirlo como para definir lo que tenían con esas seis letras... Entonces, descartando el amor y teniendo la certeza de que la pasión era algo superado hacía tiempo... ¿qué palabra podría tener similitud con todo ese remolino de emociones?

-¡Moo!

Dijo suavemente sonriendo de nuevo.
Y efectivamente, eso era, moo. Su particular forma de definir aquello que consideraban tan distinto. Un modo de clasificar un sentimiento imposible de describir si no se siente. Porque moo es la primera sonrisa de la mañana, la última de cada noche, el beso de despedida, el de saludo, un abrazo en el portal, otro en medio de la marea de gente, un pensamiento ligero, una caricia, unas manos jugando a hacer cosquillas, una suave voz susurrando palabras que sólo el otro podría comprender, un: "Eres increíble" escrito sobre un cristal empañado, una cena rápida improvisada en el sucio suelo de un piso vacío. Una mirada furtiva que quema el alma del ser querido, un: "Te veo mañana como sea", incluso un: "seré feliz sólo con verte disfrutar"... Todo eso son esas tres letrujas... todo eso y muuucho más, porque la lista será infinita y llena de significado a medida que pase el tiempo.

Estaba lista.

Lista para amarle, para dejar de perder el tiempo y correr en contra del viento. Para hacer con sus sonrisas un barquito y navegar lejos, todo lo lejos que la corriente pudiera llevarles. También para perder la cordura, para aprender a curar sus heridas con las miradas de ese a quien tanto quería, para reir sin motivos, y no llorar aún teniéndolos. Lista para nadar, correr, volar. Para sentirlo todo en un instante y para ser incapaz de olvidarlo. Para hacer de su nombre poesía. Para grabar en sus ojos la luz de su piel. Para dejar su pasado lejos, alargar ese presente dulce y lleno de felicidad que tenía, y luchar por un futuro juntos. Lista, a fin de cuentas, para ser siempre suya.
Se dió cuenta entonces de que el faro estaba encendido, el equipaje cargado y ya tenía los zapatos puestos. No había ningún camino hecho, no por ahora. Pero aquella tierra rojiza esperaba impaciente sus pasos para fojarlo juntos. Para transformar el polvo en un sendero sólido y fuerte por el que caminar sin miedo.

Cuando quieras quitarme la vida, no la quiero para nada, para nada me sirve sin tí. Sonó. Y cerrando los ojos con fuerza dijo de nuevo:


-Moo, moo, mooooooo. Ojalá estuvieras aquí cariño, ojalá.

Y allí se quedó sentada, esperando a que tomara su mano, y navegar, correr, volar si es preciso. Y sentir que el mundo sobra si están juntos. Y reir, llorar, gritar, sentir. Quererse para siempre, olvidar su ropa en el suelo de un hotel. Dejarse la desgana en algún rincón y llenarse de ilusiones para compartir. Esperando únicamente no dejar nunca de ser feliz a su lado, y llenar su memoria de tardes como aquella, inolvidables.

jueves, 7 de enero de 2010

Zapatos nuevos para empezar el camino.


Sus cabellos rubios le tapaban la frente mientras escribía cuidadosamente en su escritorio. Pensaba constantemente en lo dichosa que se sentía. Le tenía a él,a su dulzura, su simpatía, el cuidado y el cariño con el que rodeaba su cintura cuando se besaban... Le gustaban sus palabras, también sus silencios, su olor, aquel fuerte aroma a amor después de hacerlo. El modo en el que se ponía nuevamente la ropa, y acariciaba el cuerpo aún desnudo de la jóven. Su mirada intensa, apasionada como ninguna. Y su voz, capaz de calmar cualquier sentimiento... todos menos uno, ese amor profundo que sentía por él.
Únicamente era realmente feliz a su lado.
Puso la radio, allí estaba... I'm yours sonaba con fuerza en aquella emisora, y sin más en su cara volvió a brillar la mejor de sus sonrisas. Entonces apartó el brazo del papel, y sin mirarlo ni una sóla vez lo dobló y lo guardó en una cajita cuadrada donde, con ternura, tenía escondidas todas las cosas que él le regaló. Las contemplaba con frecuencia, las tocaba y se reía recordando cada momento. Se le vino a la cabeza aquella tarde-noche por las calles de Madrid, agarrados de la mano, recorriendo una y otra vez los mismos lugares, mirando carteles, leyendo, jugando a ser distintos... siendo realmente únicos y valiosos al estar juntos. "Más mordisquitos en el cuello" había leido en ese escaparate que tanto llamaba la atención. Y sintió el cálido abrazo que arropó sus caderas repentinamente por detrás. Aún no le había dicho todo lo que le quería, y sin embargo ya era algo tan intenso que no podía dejar de pensar en él.
La primera vez que le miró a los ojos el fuego de su mirada la derritió. Sonrió al pensar en ello. Siempre había tenido la teoría de que fue en ese momento cuando como por arte de magia sus cuerpos se pegaron del mismo modo que una vela cuando se consume lenta y suavemente. Esta comparación pudo llevarla lejos, al menos emocionalmente. Revivió esa tarde en la casa vacía, el sonido del colchón,la suave melodía que sus labios bailaron una y otra vez. Finalmente invadió su mente el recuerdo de las 84 velas escribiendo TQ en el suelo del salón, y la dulce sonrisa de aquel muchacho al contemplar la escena.
-Te quiero... ¿¡Cómo dos palabras pueden estar tan cargadas de significado?
Pensó, enmarañando su pelo detrás de las orejas para despejarse la cara, y lo hizo del mismo modo en que lo habría hecho él.
Se puso de pie frente al espejo, lo empañó con su aliento y mientras se quitaba la ropa para darse una ducha escribió con el dedo:
OJALÁ ESTUVIERAS AQUÍ.
Se tocó con la punta de los dedos la cicatriz que adornaba su pecho, y recordando aquella vez que él le susurró lo mucho que le gustaba su cuerpo, se metió en la ducha.
Cuando salió se arregló un poco, se echó esa colonia de coco que tanto le gustaba y salió prácticamente corriendo por su pasillo, bajó las escaleras del portal y efectivamente, puntual como ninguno... allí estaba él con su sonrisa picarona y dulce al mismo tiempo, esperando ver la luz encenderse para controlar su emoción. Se agarró a su cuerpo y le besó, esta vez apasionadamente.Le había echado tanto de menos en la ducha que no podía contenerse. Y mientras ellos paseaban, despreocupados por las calles de su ciudad. Sonriendo por nada y por todo a la vez. Con esa sonrisa tonta dibujada en la cara, y agarrados de la mano... Sobre el escritorio de aquella chica no sólo quedó una caja. Estaban también un par de zapatos nuevos, un cuaderno de viaje, y esa ilusión plena del que aprende a amar en cada paso. Porque aquella tarde comenzaron juntos a construir su camino. Uno nuevo y diferente, lleno de emociones y alegrías... uno por el que sólo pudieran caminar ellos dos. Siendo el mejor acompañante para el otro, llevando con ternura el equipaje y soñando con cosas imposibles, que algún día alcanzarán.