lunes, 26 de agosto de 2013

Hacía tanto tiempo que no tenía una noche como esta... De esas en las que la cal te come los huesos y sientes el frío taladrándote el cerebro.
Quizás he estado muy equivocada todo este tiempo. Se me reprochan cosas que hacen que mi corazón sangre. Sangra de nostalgia, de miedo, de rabia. Quiere salirse y dejarme colgada.
No quiero que dejes de quererme. Lo cierto es que mi alma te necesita. Cuando tus ojos gritaron ese rotundo "hasta pronto", te llevaste un pedazo de mí. Algo íntimo, frágil, efímero. Me pregunto cuándo volverá a pertenecerme. Es cierto que esto lo he vivido antes. Que mis lágrimas me han envuelto anteriormente, haciendo a mi alrededor una película cristalina de angustia y sinsabores, y que en aquellas antiguas ocasiones, también me desprendí de mis entrañas.
Hoy mi dolor me acompaña. Es como el papel craft, marrón reciclaje, con el que envuelve mi abuela los regalos. Algo palpable pero gélido, impersonal, vacío.
Y me hago de nuevo una bola. Quiero dejarme rodar, rodar por un pasado en el que no me odiaba, en el que mis manos escribían con ingenuo frenesí. Me pregunto qué hago aquí, a dónde voy. Y no puedo responder a mis innumerables cuestiones. No hay respuesta. No la hay.
Tal vez tuve que aprender, hace ya muchísimos años, a vivir sola, a no necesitar nada más. Eso me haría más libre y mucho menos esclava de todo aquello que he creído que me hacía bien. Lo cierto es que hoy, 26 de agosto del año 2013, no soy aquella risueña muchacha que siempre tenía un minuto para sí misma. Al mirar mi reflejo, decrépito y desmejorado, comprendo que me hace falta el cariño que antes palpitaba en mis labios.

-¿Dónde estás?-Pregunté.
-Aquí.-Respondió. Y agachando la cabeza, añadió...-No sé por cuánto tiempo.