domingo, 20 de abril de 2014

Juncos vacíos.

Que tus dedos son juncos vacíos, por ellos se escurre el aire. Que mi alma es como un lago desierto, donde no hay ranas que croen ni pájaros que canten.

Me pesa la piel sobre el suelo. Como si ardieran centelleantes hogueras bajo un tumulto de cuerpos sin vida.

¡Recuerda que me he marchado! Grito, y todo carece de sentido. Miro tus ojos sangrando palabras putrefactas.
Mis labios se han cansado del sabor a gasolina. Quiero arrancar. Arrancar las espinas opacas que he clavado en mis pezones. Palpitante corazón cristalizado. Piernas paralizadas que corren más rápido que yo.
Que vuele mi cabeza tan lejos como pueda. Que se olvide de volver. Siempre se me dio mejor bailar bajo la lluvia. Solitaria, tierna y obstinada. Como un borracho que duerme en un banco junto a su perro pulgoso. Sí, eso soy yo, un perro pulgoso. Pues bien, jugaré con mis parásitos. Ellos me hacen compañía. Es mejor que tus silencios, que tus vacíos susurros, huecos de tanto esforzarte por llenarlos de sentido. No habrá telón que cubra los defectos de esta obra. Todo es a cara descubierta. Los puñales atraviesan la carne del público. Me gusta que su sangre me salpique.

Que arda ese fuego que tanto temo. Que se convierta en una parte de mí tan imprescindible como el aire que respiro. Que se fundan los metales de mis sueños.

Que mis dedos son hojas secas, que flotando se escurren por el río. Que tu alma es un espejo empañado. Lágrimas del ave fénix, que tras morir pronto renacen.