sábado, 21 de enero de 2012

Tiempo robado.



Se apagaron las luces de este amanecer. No hay aurora boreal. Y tras el cristal empañado sólo hay lluvia empapando la distancia.

Me pregunto si allí, tan lejos de mi cama, sientes el calor de los besos que tiro al aire.
La dichosa aguja del reloj me roba mi tiempo. Tiempo para pensar, para respirar, tomar aliento y seguir en esta carrera tan inhumana que seca cada ápice de mi ser.

Tus silencios siempre han destrozado mi alma. Dejándola tan vacía como un papel en blanco en el que nadie quiere escribir. Estás ahí sentado, mirándome a los ojos, llenando este misterio con palabras huecas que retumban en mi mente sin cesar.
De tus labios se escurre alguna frase bonita, acompañada siempre de una sonrisa socarrona tapada por esa tristeza tan honda que empaña tu ser.
Me gustaría ser aire por un instante, que pudieras respirarme, clavarme en tus entrañas y escribir en el vapor de tus pensamientos un “tengo todo el tiempo del mundo para entender lo que sientes.”

En cambio, mi corazón, hecho una maraña de emociones, rueda por el sofá procurando no hacer ruido. Y se marcha tan lejos como puede, aunque en ocasiones no sea mucho más allá de tu mirada.