miércoles, 5 de marzo de 2014

Me quiero evaporar.

Me quiero evaporar. Dejar de sucumbir en las corrientes marinas que me llevan a tus infinitas caderas. Ser por fin, en esta noche y para siempre, el vaho con el que juegan los enamorados dibujando imperfectos corazones en algún cristal.

Quiero ser la eternidad de una cascada, corriendo, tal vez huyendo, de un presente que le abrasa el alma o de un pasado que nunca más será.

Comenzar un viaje sin destino. Poniendo un pie sobre el otro, pues así empecé a caminar. Cayendo, que uno no aprende a levantarse hasta que da con la frente en el árido suelo. Recordando, pues soy mi ayer tanto como cada glóbulo rojo, como mis ojos grises, como mi alma negra.

Ser un poco catastrófica, leer mis sonrisas encriptadas en cristales mugrientos. Pasar un paño, olvidar el dolor. Hacer con las pieles muertas un abrigo que me cubra del frío de mi propia ausencia. Escribir las palabras que conforman mi silencio. Encadenar a mi pequeño angelito, dejar que el diablillo sea quien guíe mis épicas batallas.

Saber que la sangre cubrió mi pútrido pecho. Nácar empapado de carmesí violento. Mirarte a los ojos, marchitos y perdidos en algún lugar desconocido. Reencontrarme con los miles de millones de cajas que guardé hace tantos milenios. Cajas repletas de valores olvidados, de ternuras distorsionadas, de desnudez embriagadora.

Ser la niña que juega en el columpio. Sentir vibrar en mi cráneo mis tajantes carcajadas. Soñar de esa manera tan pura. No creerme olvidada.
Jugar a descubrirme, a vestirme con el odioso traje de los domingos. A chocar mis zapatos mágicos, a encender una luz diminuta en el pasillo.
Inventar un jardín cubierto de flores. Cazar luciérnagas en él.
Enfrascar mis pensamientos en los tarros de la mermelada. Catalogarlos, pero no olvidarlos.

Volver a pisar los senderos prohibidos. Maldecir al invierno. Quererlo todo contigo, no querer nada. Cubrirme de gloria con mis abismales fracasos. Mirar al pozo sin fondo del abismo, ser parte de él. A veces es justo recrearse en las propias inmundicias.

Radicalizar mis ganas de estar viva. No dejar que mis manos me limiten. Decir con los párpados lo que mis labios no pronuncian. Gritar lo que un día partió mi pecho. Sollozar de alegría. Reconocer que las cosas pueden ir mejor. Saber que no te necesito, pero te quiero. Que respiro un aire contaminado por las malditas Parcas. Que son sus huesudas manos quienes decidirán mi destino. Y admitir que un día caeré, como cayeron otros tantos antes de mí. Pero querer hasta entonces agotar los recursos, sentir mariposas metamorfoseando en mis dedos. Utilizar sus capullos como armas arrojadizas.

Pelear. Que nadie merece el castigo del desprecio.

Edificar. Lejos del mar, que rompe con sus olas recuerdos de mi infancia. Cerca del desierto. Para que nazcan de mis ojos oasis inventados. Ser única entre infinitos granos de arena. Convertirme en un cactus para pinchar con mis púas al aire. Él tuvo la culpa.

Evaporarme. Para alejarme de lo que me hizo fuerte. Para poder contemplar el mundo desde una nueva perspectiva. Volar sobre las cabezas de todos aquellos que nunca supieron que existía. Y finalmente, mojar el rostro de los que me echarán de menos. Esa sería mi última caricia. Sutil y pura. Como un beso bajo la luz de la luna. Como pronunciar un adiós definitivo.