Aquel lugar era distinto al resto para ella. Sólo de pensar en aparcar su coche allí se le estremecía el cuerpo de punta a punta.
-¡Caramba, parece que nos cubre un manto!-Dijo sonriendo.
-No brillan más que tus ojos.-Añadió él.
Sus miradas se entrelazaron con fuerza, como si más allá de aquel cubo de metal no hubiera un mundo lleno de recodos aún por descubrir.
Ella, sonrojada y feliz, volvió a contemplar aquella estampa.
Él, algo más suelto y decidido, tocó su pierna y la besó.
-Te quiero.-Dijeron al unísono.
Y durante unos instantes, no hubo más sonido en el universo que el de sus dos locos corazones.
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