domingo, 20 de mayo de 2012

Un tren fundiéndose con el helado paisaje, árboles desnudos que han dejado que sus hojas se marchiten emulando en el suelo un manto ocre y amarillo. Y lejos, muy lejos, tus ojos traidores cargados de culpa. Yo misma, maldito demonio, me encargué de poner distancia entre nosotros. Enterré el dolor que me habías causado, habiéndolo guardado con tanto amor en mis entrañas durante años. Yo misma, con estas dos manos, rasgué el envejecido y reseco suelo donde pusiste tus crueles zarpas. Le aullé a esa luna tan frágil e inocente que tantos secretos ha presenciado. Y corriendo, sin mirar atrás, desnudé mi cuerpo de tu infiel recuerdo.

Cubierto ya el suelo de gélida escarcha, el piar de los pájaros arrullaba mi alma. Mientras mi triste cuerpo inútil yacía apagado en ese mullido manto.

-Ya has llegado.-Susurraron mis labios carmín.-Te estaba esperando.

Y ante mí apareció la muerte. Mucho más dulce que tú. Tomó mi mano y descubrí que, incluso sus huesudos dedos desprendían más calor que los míos.

-¿¡Qué has hecho de mí!?- Grité exhalando mi último aliento.

Lamenté profundamente que no fueras a saber jamás cómo había acontecido mi trágico final. Pero mis párpados pesaban demasiado, la vida se escapaba con premura de mi cuerpo, como si yo fuera sólo una muñeca de trapo vieja y desgastada, que va perdiendo su esponjoso relleno con cada movimiento.

Y sabiendo que con mi muerte acabaría este dolor, me entregué en cuerpo y alma a ese momento. Casi pude sentir cómo las Parcas cortaban el hilo de mi vida.

Después de eso; Nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario