sábado, 24 de septiembre de 2011

Cartas de Holanda.



22.Septiembre:

La primera carta llegó desde Holanda. Algo arrugada, como si hubiera sido mojada por un par de sitios y después la hubieran estirado meticulosamente. Cada letra parecía escrita a conciencia, cada palabra brotó del corazón. Agarrándola suavemente por los estremos, sin tocarla demasiado por si la mágia que había en ella se rompía al contacto con otra persona que no fuera él, la miró un par de veces girándola sobre su eje. Quería asegurarse de la realidad del asunto. Un sobre totalmente blanco, un sello desconocido y ahí, justo en la solapa, el nombre que esperaba.
Respiró y se preparó concienzudamente para no llorar. La verdad es que aquellos 22 días habían pasado casi sin dejar rastro. Un poco más de agilidad al volante, un poco menos de tiempo para empezar la universidad. Nada más.
Libros apilados sobre el escritorio. Cortinas nuevas que a penas se mueven con el viento. Una habitación blanca y roja. Todo lleno de pedacitos de él.
-Ya ves, -pensó- desorden creativo por todas partes para no crear nada. No hay musa esta noche, ni ninguna desde que te fuiste. Si algo flota en el aire no son ganas de escribir precisamente.
Un mechón de pelo tapó sutilmente su mejilla y apartándosela dejó la carta sobre la mesa. La miró repetidas veces. Se dispuso a perderse entre sus líneas, temiendo ligeramente mojarla igual que aquel que la había redactado.
Una vez hubo terminado se entretuvo riéndose del pequeño buhito que culminaba la última frase. Le recordó al llavero que le había regalado unos días antes de que se fuera.
-He pensado que podrías ponerlo en las llaves de tu habitación. Así te acordarás de mí cada día. -Le había dicho. Y sus miradas de complicidad dejaron claro que nada material sería necesario para cumplir su deseo.



Horas después el peso del sobre parecía estar desnivelando la mesa. Tantos recuerdos condensados en ella... tanta felicidad. La miró y pensó dónde podría guardarla. Era para ella como uno de esos tesoros que cuando eres pequeño metes en una caja de galletas y escondes para siempre. Tal vez un comic un poco arrugado de un superhéroe sin poderes. O quizás la primera colección de cromos.
Recorrió con la vista cada rincón de su cuarto. Ninguno le parecía digno. Finalmente creyó que estaría mejor que en ningún sitio entre las páginas de ese libro que hablaba sobre la infinidad de tipos de abrazos que existen. Al abrirlo sonrió. Sin duda, todos los hemos vivido. Leyó la dedicatoria de la primera página, y volvió a dejarlo en su lugar de la estantería.



-¿Te has planteado alguna vez por qué estamos en el mundo? - Pensó.- Porque... todos deberíamos tener una misión, un cometido demasiado único como para que lo realicen otros. Pero, ¿cuál es el nuestro?
Tras reflexionar durante unos minutos tumbada en su cama sonrió.
-Amarnos. Mientras ambos estemos en el mundo nuestra misión será guiarnos. Como ahora. Puedo sentir su respiración tan cerca... como si durmiera cada noche a mi lado. Y cuando temo quedarme sola, sin rumbo, perdida en un mundo frío carente de valor para mí, recuerdo su sonrisa y todo recobra el color. De modo que, soy en cierto modo la agente 007, dispuesta a cubrir sus espaldas a cambio de un "sí" permanente. ¿Lo mejor? Estoy segura de que él piensa lo mismo.


23.Septiembre

Preguntas sin demasiada coherencia retumban sin orden ni concierto en su cabeza. Intenta ordenar todo cuanto brota de sí, y le resulta imposible.
Taquicardias.
-No quiero montar en avión. Quizás un tren... al menos si tengo un accidente en un tren habría alguna posibilidad de sobrevivir. Sí, iré en tren. Da igual que sean más de 14 horas de trayecto.
Taquicardias de nuevo.
-¿Qué coño estoy pensando? Es sólo un avión. Dicen que el transporte más seguro. ¿Cómo puedo tenerle miedo a algo como eso?


Pensamientos, al fin y al cabo, que se evaporan con el tiempo. Aprietan con fuerza en determinados momentos, y cuando se cansan de aturdir tu cerebro... ¡flup! desaparecen. Pero ¿no es humano el miedo? Antes de que él se marchara, ambos temían no poder superarlo. Acabar con tantos momentos por la distancia. Hacerse daño. En cambio ahora no parece tan complejo. Porque espera recibir pronto otra carta, tal vez con otro búho como firma, tal vez no. Un pedazo de papel que perdure por siempre y que pueda esconder en su pequeño cofre de los tesoros. Al fin y al cabo cada domingo saca sus botas de exploradora, ya tiene experiencia en eso de almacenar grandes motines sentimentales.



Por último, antes de abrir la cama, escribe en un papel unas palabras. Apaga la luz, se acuesta. Nada más por el momento. Solo tranquilidad. Paz. Respiración relajada. Volver a soñar con él.



Sobre la mesa, a la luz de la luna puede leerse: Dulces noches, buenos sueños.


1 comentario:

  1. Que cada palabra siga dando fuerza y ánimo para seguir caminando el sendero que tan bien se ha ido marcando. Gracias por cada detalle, cada segundo, cada mirada... gracias por existir

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