lunes, 2 de noviembre de 2009

Verdad absoluta


El olor de aquel café penetraba sus orificios nasales de una forma especial. Como si mezclado con el dulce aroma del azúcar moreno estuviera el más tierno y deseado recuerdo. Era curioso, hacía tan solo unos días la gente paseaba sonriente por las calles de Madrid, con sus camisetas veraniegas, y la diversión de un chiquillo que juguetea en la arena. El calor calaba sus huesos, y esto de alguna forma, hacía que se sintiera más cerca de él. Aquel había sido un verano intenso. Uno de esos que parecen querer quedarse para siempre. Y a pesar de que las hojas de los árboles empezaban a cambiar sus tonos verdes por amarillos y marrones, todo el follaje permanecía intacto, inmovil, como si con cada azote del aire se borrase silenciosa una sonrisa. Pero esa tarde la oscuridad cubría el cielo, y la luna se mostraba grande y pura encima de sus cabezas. Eran solo las 19:00 p.m y tan solo la luz de aquel momento trocaba la felicidad de los peatones en misterio e inquietud.


Ya es Navidad en el corte inglés.... - Pensó para sí misma mientras agarraba un folleto del suelo.- No hay más que ver las luces... cada año las ponen más pronto. Publicidad, todo publicidad. Los juguetes nos atormentan en la tele prácticamente desde agosto, los anuncios de colonias, (cada vez más llamativos y estrafalarios), ocupan más de la mitad del tiempo de cada intermedio. Y sin embargo, aún quedan meses para las comidas familiares y demás costumbres de estas fechas...


Ella, al igual que todas las personas que paseaban por preciados, sentía en el pecho ese pequeño nudo imaginario que te oprime impidiendo que respires con tranquilidad. Y sentada en aquel bar, con el café entre los brazos, no puedo hacer nada más que sonreir. Le gustaba el olor de la canela mezclada con el aproximadamente medio bote de vainilla que se había echado en la leche. Y de pronto alguien abrió la puerta. Sintió de golpe la sensación del invierno. Ese frío que te llena todo el cuerpo, ese olor...


-¡Maldito cambio climático! Cada año tarda más en llegar el frío, pero cuando lo hace...-Refunfuñó.


Se puso su chaqueta y bebiendose de un trago todo lo que le quedaba de café se marchó del establecimiento. Le apetecía pasear por la Gran Vía, y echarle a ese pobre hombre que escribía poesías, un par de euros. Pero al llegar allí no estaba. Se paró un rato en aquella pared donde siempre se apoyaba ese hombre, y pensó dónde podría estar. Otra historia más, otra de tantas. Recordó la sonrisa que se le dibujó en la cara cuando se acercó a la gorra y le dejó caer una moneda de un euro. Aquella poesía: " Anoche soñé que en un sueño te soñaba..."

La horrible letra del que escribe a toda prisa, y dobleces en el folio por doquier. Continuó con su paseo, inmersa de algún modo, en algo que se encontraba lejos, muy lejos de esta ciudad.

Rememorando viejos tiempos se sentó en la fuente de Sol, vió pasar a ese morito que vendía rosas, y se acordó de Alejandro. De todas esas tardes junto, haciendo... ¡A saber qué! En cualquier lugar, sin importar el destino. Quiso comprarse una rosa, o quizás el último helado de limón del año, pero sabía que sin él no sería lo mismo. Asique abrió la cartera, cogió el billete de tren y se sentó en uno de esos viejos y fríos asientos. Entonces tuvo la certeza, de que aunque siempre había pensado que podría vivir sin él, sin su pequeño pistachito, era una parte imprescindible en su vida. Echaba de menos su sonrisa burlona en el cristal del tren, su arruga en la chaqueta, sus trencitas, su enorme coleta de pelos enmarañados... Creía que no recordaba tantas cosas... ¡Caramba! Aún tenía bien fresco en la memoria, el día que unió una pajita y un tenedor de plástico... Sí, el palito matador. Y aquella rosa roja comprada solo para hacer de esa niña triste una mujer feliz. Las clases de filosofía.... Tantas horas desperdiciadas, para acabar descubriendo que la única verdad absoluta es sencillamente que cuando una persona te toca el corazón necesitarás su presencia eternamente.

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