domingo, 28 de noviembre de 2010

En Rusia aún es verano.


Frío polar. Mezquinos soplidos de aire gélido que calan los huesos. Quedan aún tres semanas para Navidad, pero las calles están cubiertas de adornos, luces y juguetes. Niños que miran con ternura y deseo aquel gormiti que tanto esperan. Mujeres que se tocan la cartera suplicando al cielo que no cueste mucho. Y otra vez turrón, polvorones, árboles cubiertos de bolitas que brillan, luces, esperanza, ilusión. Espíritu navideño en mi casa, en la de al lado, incluso en esa que linda con el fin de la ciudad. Pero a unos cuantos kilómetros más aunque el viento sopla del mismo modo que aquí, los huesos rudos y algo desgastados de una mujer se niegan a sentir el frío. Limpia la casa despreocupada, en chanclas y pantalón corto, y cuando alguien le recuerda que llega la Navidad ella mira inquieta el mar deseando sentir otra vez la suave brisa veraniega. Porque en Rusia, es aún el estío el que cubre las ciudades.

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