lunes, 1 de noviembre de 2010

Jalogüin.


El gélido airecillo del otoño se cuela por las rendijas, como precediendo un acontecimiento macabro. Otro 1 de noviembre, otra de esas tardes infinitas, disfraces, música alta y alegría. Cualquier acontecimiento, por siniestro que sea, es siempre bueno para hacer una fiesta. Laca de uñas, un vestido ceñido con el que se te vea un poco más de la cuenta, unos tacones altos y con un par de puntitos pintados en el cuello seguro que tienes éxito a lo largo de la noche. Resulta excitante, el ritmo frenético de la música no cesa, y el sudor corre ligeramente tu pintura, pero no importa. Miradas que se cruzan, deseo que arde en el aire, pasión, tal vez demasiada. Y a la mañana siguiente sólo quedará como recuerdo un roto en tus medias y el ligero sabor del sexo en tu boca.

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