jueves, 16 de enero de 2014

"Autodescripción".

Me gusta la ropa. Me gusta verla toda revuelta, formando una pila inmensa de cientos de colores. Siempre hay más prendas en el suelo de mi cuarto que en el propio armario.
Me muerdo las uñas. En particular, y de un tiempo a esta parte, las del dedo corazón de la mano izquierda. Lo sé, no tiene sentido. Pero encuentro sumo placer en despedazarla, oír el rotundo ¡CRASH! que hace entre mis dientes. Después juego, meticulosamente, a despellejarme el resto del dedo. Y, eso sí, una vez que empiezo ya no paro.
Adoro chupar la tinta de los subrayadores. Siempre sentí curiosidad por experimentar el sabor de los colores. Eso es sin duda, lo más cerca que he estado de lograrlo.
No soporto que la gente arrastre los pies. Pero según el día, yo misma dejo que no se levanten del suelo.
Me ponen nerviosa millones de millones de millones de cosas. Detalles insignificantes, nimios, que no obedecen a ninguna lógica.
Amo, por encima de todas las cosas, a mi infinito desorden. En el fondo de la pila de cosas que vive sobre mi escritorio, suelo encontrar cosas olvidadas, tesoros al fin y al cabo.
Del mismo modo que lo amo, lo odio hasta límites insospechados. Una vez cada cierto tiempo, (una al año no hace daño), me agobia verlo todo tirado. Me pongo a recoger, pero en ese mismo instante ¡Oh, sorpresa! ya no me estresa en absoluto.
En efecto, también soy un poco vaga.

Te habrás dado cuenta, querido lector, a lo largo de este texto, del sinfín de rarezas que hay en mí. Y debo decir a mi favor que me estoy REINVENTANDO. Reinvento la forma de ser desordenada, caótica y maniática. Mejor dicho, reinvento la manera de aceptarlo y saber que es gracias a ello por lo que soy como soy: Un torbellino desastroso.

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