domingo, 4 de octubre de 2009

Se despide un genio


Comentario de texto I: “Se despide un genio.”

En este texto el autor, Gabriel García Márquez, trata de reflexionar sobre lo que probablemente ha sido su caminar por la vida. Y es entonces, cerca de la muerte, cuando llega a comprender lo equivocado que ha estado en muchas ocasiones.
Asume que con frecuencia utilizamos nuestros pensamientos de una forma erronea, transmitiéndolos a los demás sin ningún tipo de consideración, de un modo brusco, o sin tener en cuenta los sentimientos de aquellos a quienes se lo decimos. Entonces llega a la conclusión de que si tuviera una segunda oportunidad cambiaría eso. Pero también asegura que no por ello dejaría de ser fiel a sus pensamientos, simplemente, buscaría una forma de expresarse por la cual nadie resultura herido emocionalmente. Estoy de acuerdo con esto. Recurrimos con demasiada frecuencia al egoismo. Nos creemos en todo nuestro derecho cuando sin pensarlo dos veces decimos algo, pero en contadas ocasiones tenemos en cuenta las emociones de los demás. Esta parte del texto me hace pensar en otro que leí hace tiempo, decía que cuando tienes un pensamiento, o una información sobre alguien que sabes que va a hacerle daño, quizás lo mejor no sea decirlo, sino callarselo. Utilizaba una metáfora que me gustó: las 3 barreras. No recuerdo con exactitud cuales eran, pero se que a grandes rasgos trataba de hacernos recapacitar sobre lo que he dicho antes. Si no tienes la certeza de que lo que vas a decir es verdad… mejor no lo digas. Si no va a aportarle nada bueno a la otra persona, omitelo. Y si finalmente ninguno de los dos va a obtener un beneficio de ello, está claro que lo más adecuado es olvidarlo.
¿Para qué decirlo todo sin pensar nada? Realmente es algo inútil. Quieres a alguien, y sin embargo cuando tienes una idea que puede resultar dañina para esa persona, sin dudarlo lo dices. Tal vez esto sea uno de los tantos defectos que tenemos los humanos. Para no ser heridos pisoteamos a los demás, aún tratándose de un amigo, una pareja, un familiar… anteponemos nuestro dolor al suyo, dándole un valor excesivo a todo lo nuestro, y demasiado poco a lo de los demás. Lo peor no es que sea un defecto, algo que seguramente nos viene dado de serie… sino que acabamos por acostumbrarnos a esto, y dejamos de considerarlo algo malo, en realidad dejamos de considerarlo. Es normal tener defectos, pero no lo es tanto resignarse a ellos. Y menos aún, tener que llegar a situaciones como estar cerca de la muerte, para comprender que esta actitud servirá de poco. Nos acostumbramos a ello, del mismo modo que nos hacemos a la idea de que todo en la vida tiene únicamente valor económico, dejando a un lado, lo que es frecuentemente más importante: EL VALOR EMOCIONAL. Todos podríamos vivir con un mínimo extremedamente pequeño de dinero, pero sin embargo creo que pocos podrían vivir sin un recuerdo, algo que les haga volver a un instante feliz. He observado que incluso los mendigos que viven sin tener prácticamente nada, llevan consigo (casi todos) una foto o algo parecido. Simplemente un vínculo con un momento que no querrían olvidar. Una caricia, un beso, una sonrisa, incluso una palabra, son casi siempre mucho más importantes que el dinero. Pero nuevamente nos moldeamos hasta darle demasiado valor a lo material, y demasiado poco a lo sentimental.
Pasamos por la vida demasiado distraidos, perdiendo, como dice Márquez, segundos de luz constamente. Y seguramente cuando pasa el tiempo, acabas por añorar lo que no hiciste. Esos segundos de luz que te perdiste, o que probablemente obviaste, demasiado ocupado en…. A saber qué. Entonces resulta muy fácil echarse las manos a la cabeza y pedirle a Dios que te devuelva lo que no quisiste, y muy complejo darse cuenta de que somos nosotros mismos los verdaderos culpables.
Este escritor hace alusión a otro “gran defecto” que también me llama la atención, dice: “Me tiraría de bruces al sol, dejando descubierto no solamente mi cuerpo, sino mi alma.” ¿Cuántas veces nos ponemos una máscara para que los demás no puedan hacernos daño? Y es curioso, en lugar de ocultar lo malo y tratar de corregirlo, suele estar en la superficie de este antifaz todo lo que puede llegar a hacer daño. Porque claro, si quieres evitar sufrir lo más lógico es mostrar lo bueno, luchar por mejorar lo malo… Pero quizás eso resulte muy difícil, y tomamos una decisión: Ir por el camino más corto. Así si yo soy borde con los demás, nadie se me acercará, nadie me conocerá, y por lo tanto nadie podrá hacerme daño. Se que lo mejor sería “desnudarnos” ante la vida, pero aún teniendo claro que debería ser para nosotros una prioriodad, soy consciente de que es algo difícil de conseguir. Al igual que lo es olvidar el odio. Un sentimiento tan fuerte, tan dañino, no para el odiado que por lo general ni se da cuenta, sino para el que odia. Que acabará por pasar su vida preocupándose de malos sentimientos, y dejando de lado lo que debería cultivar. Estar siempre dispuestos a darlo todo por los que nos rodean, porque ciertamente ellos lo merecen. Y no solo por lo bueno, también por lo malo. Porque quizás sea necesario siempre un punto de inflexión entre el bien y el mal. Me explico: Dice el autor: “Regaría con mis lágrimas las rosas, para sentir el dolor de sus espinas y el encarnado beso de sus pétalos.” Y quizás lo interprete de una forma equivocada, pero para mí eso significa que no todo lo malo es tan malo, que llega a ser necesario. Necesitas sufrir para valorar lo que tienes, aunque no debería ser así. Igual que no podríamos sobrevivir en un día constante, ni en una noche perpetua. Tampoco podríamos hacerlo siendo constamente buenos, llenos de virtudes, o malos, horriblemente maléficos. Todo está bien en equilibrio, o así lo creo yo. Quizás para amar debes saber odiar. Y sí es cierto que deberíamos estar con nuestros amigos, dispuestos siempre no solo a la felicidad, sino a un dolor que tarde o temprano deberás sentir. De nuevo esto me hace reafirmarme en mi teoria de que el bien y el mal que siempre van de la mano, se necesitan el uno al otro.
Dice también Gabriel, que no envejecemos y dejamos de amar, sino que envejecemos cuando dejamos de amar. Creo que tiene razón, vivimos movidos por sentimientos, unos más fuertes y otros menos intensos. Siempre con la ilusión de algo que llega: un amor, una amistad… Si perdemos eso ¿para qué vivimos? Sin ilusión, esperanza… Perderíamos la vitalidad, esa luz en los ojos cuando esperamos que todo salga bien, cuando amamos. Esa curiosidad por todo lo nuevo, y ese sentimiento de libertad, de no tener límites, porque somos capaces de sentir. Libertad que puede hacernos volar, reir, llorar, caer, levantarnos o permanecer en el suelo… Pero siempre como consecuencia al amor, amor por la vida. Una vez perdido esto, el sentido de la vida perdería fuerza, y finalmente envejeceríamos.
Todos los padres tienden a darnos alas desde pequeños. Primero unas alitas de juguete, que sirven para revoletear sin posibilidad de hacernos daño. O intetando siempre que nos caigamos lo menos posible. Al principio estamos muy contentos con estas alas, ya ves… tener libertad siempre será algo impresionante. Pero tienes también los pies atados. Por tu bien, por supuesto, pero atados. Y esa sensación de libertad se reduce, aunque continua siendo grande. Creo que eso bueno. Dar la posibilidad a un niño de aprender por sí solo, pero poniendole “cadenas” en cierto modo, pautas, que sin lugar a dudas acabará por aprender a quitarse esas cadenas y saltarse las pautas, en busca siempre de más libertad como si esto fuera algo únicamente bueno. Pero ¿qué sería de nosotros sin un camino marcado, recomendado, que seguir? Seguramente todo nos quedaría grande, porque en nuestro diminuto cuerpo, no cabe el mundo entero, no cabe la experiencia imposible de adquirir hasta pasado mucho tiempo, ni la razón en ocasiones. Y esto derivaría en algo malo, un sentimiento de inferioridad, porque anteriormente nadie se detuvo a guiarnos. Por eso no estoy de acuerdo en dar alas y dejar que aprendamos solos. También pienso que estas alitas ligeras en principio, acaban por pesar con el tiempo, y sin duda se añora la tranquilidad de las cadenas. Esto me hace pensar que tendemos a tener una idea de la libertad equivocada. No es siempre algo bueno, y muchas veces huimos de ella. Libertad para tomar decisiones, pero cuando debes tomar una importante tu alma grita, y corre asustada.
Es para mí el hombre un ser que aún teniendo cinco sentidos, camina por la vida sin ninguno de ellos. Se limita a andar, a trabajar, a luchar por llegar a un límite. Con el tiempo nos olvidamos de soñar, y es este pequeño detalle el que nos va cegando más y más. No hay una utopía, un ideal que conseguir, solo hay que caminar para llegar un día a ver el último aterdecer, y nuevamente el hombre se resigna a sus defectos. Agacha la cabeza y prosigue con su paso ligero, sordo, mudo y ciego. Hasta que finalmente, cuando ya descansa sentado en el fin de su sendero, se da cuenta de lo hermoso que es todo lo que dejó atrás. Y comprende el sentido de vivir. Pero nuevamente es tarde. Piensas entonces que fuiste orgulloso, egoista, maleducado, triste e indiferente. Que te escondiste tras una coraza, y que guardaste tu esencia en la almena más alta de un castillo perdido. Que por tener una fortuna, dejaste a un lado la que de verdad importaba, y que no le diste valor a aquella palabra que te dijeron, ni a aquella carta que recibiste, porque estabas inmerso pensando en el día que todo llegara a su fín. Te lamentas cuando descubres que no dijiste te quiero cuando pudiste, y que quizás por culpa de esto esas personas ya no están a tu lado. Comprendes que siempre creíste que habría un momento en el que podrías apartarte del camino un rato, y VIVIR, pero ese momento no llegó, ciertamente TÚ te encargaste de que no llegara. Y allí, en tu lecho de muerte sollozas, porque nadie te recordará, ya que la coraza impedía que vieran tus sentimientos y escucharan tus pensamientos. Si es que finalmente, somos solamente el polvo de un recuerdo, y comprendes, al final que el tuyo voló demasiado lejos hace mucho tiempo. Recuerdas imágenes que pasan rápido por tu mente: aquel padre que le tiende la mano a su hijo recién nacido, y este la agarra, devolviendo la ilusión a su alma. Un gesto siempre tan pequeño, tan insignificante, y tan lleno de significado… Que llega a darle la vida, con tan solo un apretón de dedos. Esa vida que egoistamente convertiste en frívola, sin dejar pasar al sol, congelando cada sentimiento bueno, reprimiendo cada sonrisa. Y únicamente queda pedir, otro pedazo de vida.

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