sábado, 26 de septiembre de 2009

más que suficiente.


La luz de aquel amanecer se posó sobre sus ojos, ella los abrió lentamente. Se levantó de la cama, y cuidadosamente se acomodó el pelo. Hacía tiempo que no sonreía. Un mechón casi rubio tapaba su ojo izquierdo, y sus labios de un rojo intenso contrastaban con su piel, tan pálida que parecía una muñeca de porcelana. La rutina llamaba a su puerta aquella mañana de otoño, y quizás en otro momento habría refunfuñado, pero se sentía bien. Aquel sol ya no lucía tan intensamente, pero aún calentaba su piel, y el viento entraba jugando por su ropa. Eso sumado a todo lo que le había ucurrido de unos meses a ese punto, resultaba suficiente para sonreir.

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