lunes, 15 de febrero de 2010

Tres historias sobre un sentimiento:


Mañana fría, quizás demasiado invernal para la fecha... Y nieve, mucha nieve. Para mí era algo romántico, símbolo evidente de las mañanas entre sábanas y risas, pero para la risueña chica que se sentaba a mi lado era, seguramente, lo más triste del mundo. Y aquella otra muchacha de flequillo recto y pelo oscuro únicamente miraba tras la ventana como si con ello consiguiera divisar algo mágico e insospechado. Mañana por otro lado de nuevas historias, momentos que contar sonriendo de oreja a oreja, formas de llevar un amor totalmente distintas. Y tras pasar ese San Valentín, las tres queríamos contar la nuestra.

-¡Tengo que enseñaros la foto que he hecho! ¡Es preciosa! Pusimos velitas en el cabecero de la cama del hotel, y con todo a oscuras quisimos guardar ese momento para siempre.- Dijo la más dulce de las tres. Y como si puediera volver a revivir esos instantes una y otra vez, sonrío con la carita tierna del que logra ser feliz por un segundo.

Pensé lo afortunada que era por tener a mi lado a esa persona especial todos los días, por poder verle a la salida de clase o incluso en el recreo. Y me sentí bien, como si algo me llenara el pecho. Después miré el brillo de los ojos de aquella chica, y comprendí que efectivamente el amor no se puede describir. Por mucho que la gente se empeñe nunca un sentimiento podrá ser definido con exactitud mediante las palabras. Amar no puede ser lo mismo para ella que para mí. Porque en sus ojos había esperanza revuelta con miedo, paciencia con locura, alegría con tristeza... Y yo jamás supe amar así. Para mí es algo distinto, es como volar en una nube constantemente y sentir que todo acaba menos ese sentimiento. Por eso comprendí aquel 15 de Febrero, que partiendo de una misma base, como es el amor, cada uno tiene una percepción distinta, un modo de hacerlo suyo y no soltarlo. Una manera de vivirlo. Y estando inmersa en esta reflexión oí que la siguiente comenzaba a contar su relato:

-La verdad es que yo he hecho lo de siempre. Me regaló una rosa y una caja de bombones, nos fuimos a su casa y pasamos el día juntos. Nos pegamos, echamos un partido, jugamos a la play...

Y en la mirada de esta si había un deje de tristeza. Porque quizás esperar algo es lo peor que se puede hacer, luego, cuando no lo recibes... ¿quién va a curar el golpe de la desilusión? Y lloró. Eran lágrimas de amargura, de soledad, pero también de amor. Porque queriéndole como le quería, sintiéndose como se sentían, para ambos era suficiente. Es simplemente otra forma de amar.

Después llegó mi momento, y me resultaba extremadamente facil gritarle al mundo lo feliz que me sentía. De modo que comencé:

-Estuvimos comiendo en el retiro, en las barquitas del estanque. Después nos fuimos a Zarzaquemada, donde patinamos sobre hielo, y por el camino me vendó los ojos pero no fui capaz de recorrer más de dos metros de esa forma.

Me reí después de haber resumido tanto la mañana, y les expliqué que hacía tiempo que quería patinar sobre hielo con él, porque nunca lo había hecho y deseaba que fueran sus manos las que me agarrasen si me caía. Volví a sentir frío, y girándome hacia la ventana intenté definir nuestro amor. No podía hacerlo, pero tenía claro que aquel paisaje, el sonido de los copos de nieve depositándose sobre el suelo y los árboles, la luz del sol, el sonido de las risas de la gente... todo me recordaba a él. Es posible que esa sea mi forma de amarle, esa y no ninguna de las otras dos, aunque sé a ciencia cierta, que las tres somos igual de afortunadas, igual de felices, y estamos igual de enamoradas.

Recordé esto en la clase de filosofía, mientras la nieve seguía pintando de blanco la ciudad. Y ese debate absurdo sobre si es el amor un conocimiento sensible o podemos controlarlo, se convirtió en música de fondo para mis oídos. Daba igual lo que aquella profesora dijera, sentada sobre su gran silla frente a 12 adolescentes, acerca del amor. Porque para mí sería todo y nada para siempre. Algo que cada uno vive de una forma diferente, y por lo tanto jamás nadie podrá definirlo. NADIE. El amor no se comprende hasta que se siente, incluso cuando lo vives te cuesta comprenderlo. Entonces, ¿por qué siempre tememos lo imposible de matizar? ¿Por qué pasamos todo por la mente en lugar de dejar al corazón hacer su trabajo? Es sencillo: El miedo nos puede, y volvemos de nuevo a un término imposible de dibujar con palabras. Porque las cosas grandes, todo lo que nos oprime el pecho, es siempre abstracto, pero perdura en el tiempo.

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