viernes, 26 de febrero de 2010

Aprender de un pequeño y rechoncho gorrión.


Me quedé mirando por la ventana el peso de aquel gorrión sobre la rama. El árbol carecía de hojas, pero siempre me había resultado fascinante el modo en el que de lo más triste y gris vuelve a nacer la vida.

La clase de historia no me interesaba, jamás un país pidió a gritos ser invadido, ni me parecía lo correcto que sus gobernantes decidieran por el suelo que pisaban, por aquellos árboles grises en invierno y llenos de tonos verdosos en primavera, por la luz del sol, el dulce canto de los pájaros o el sonido del agua al caer. Ni Trotski ni Lenin, ni tan siquiera Stalin podrían aportarme nada en ese momento. En cambio el gorrión, con su aspecto pesado y rechoncho, sus plumas tristes y melancólicas, su forma un tanto patosa de posarse sobre aquella rama... Él me parecía todo un ejemplo de cómo se debía vivir.

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