martes, 6 de julio de 2010

Historia de una estación.


Bajó aquellas escaleras sonriendo, el próximo tren la llevaría a su nuevo piso. Un ático con vistas a un parque con muchos árboles y lleno de vitalidad. Llevaba colgando del hombro derecho un maletín azul oscuro, en la mano una maleta a juego y en con la otra sostenía el billete. Tenía el pelo recogido en un moño deshecho del que se escapaba algún mechón que otro, rizado y rubio. Destacaban con el moreno de su piel y su ropa desgastada. Un pantalón tejano prácticamente roto por todos los lados, una camiseta roja con un hombro caido y un sujetador negro. Estaba nerviosa y totalmente ilusionada. En su espera (llegaba una hora antes) descubrió a un hombre de unos 30 años que no paraba de leer. Parecía despreocupado y estaba sentado esperando, al parecer, el mismo tren que ella. Un sombrero de paja tapaba todo su rostro, y sólo pudo leer el título de aquel libro: "Perdona si te llamo amor." Le llamó la atención que un hombre de su edad leyera ese tipo de novelas, pero dejándolo pasar se quedó allí de pie esperando la llegada de su nueva vida.
En cambio el misterioso hombre del libro y el sombrero de paja tenía la mente demasiado lejos como para comprender una sola palabra de aquellas hojas. -"Asique me deja, se va con un niño de 20 años, sin más. 7 años juntos para esto..."-Pensó. Tomó aire y tras calmarse murmuró en voz baja: -Siempre ha sido una zorra....
Agarró su libro nuevamente para retomar una lectura que sabía que no había comenzado en realidad. Allí se contaba la historia de una niña enamoradiza que se vuelve loca por un hombre que le dobla la edad. Se lo había comprado porque pensó que tal vez así comprendería por qué su novia le había dejado sin dar explicaciones. Y por qué después la había visto de la mano con un chaval que aún tenía granos. Frente a él había una chica pelirroja, no era demasiado guapa, pero parecía inmensamente divertida. Por primera vez desde que Laura le dejó, había sido capaz de sentirse atraido por otra mujer. Llevaba meses saliendo por sitios en los que nada le parecía bien, ninguna chica era de su "estilo" y lo que es peor, su autoestima había quedado tan destrozada que no tenía valor para hablar con ninguna. Pero esta vez sería diferente. Se levantó y sonriendo se sentó a su lado.
Silencio. Un par de risas. Silencio. Pasos a lo lejos. Silencio. Eso era todo lo que se oía en aquella fría estación de tren. En cambio Pablo, un joven estudiante de fotografía se sentía allí mejor que en ningún lugar. Colgaba de su cuello una cámara bastante buena, negra, con una pegatina verde flourescente en un lateral. Se puso a capturar imágenes de esa chica tan atractiva que estaba recostada sobre un cartel de publicidad, de aquel hombre del sombrero de paja que sonreía constantemente mientras hablaba con una mujer pelirroja, incluso de esa chica tan delgada que estaba sentada sobre su maleta azul y que se le antojaba esperanzada. Le parecía que todos tenían una historia que contar, algo nuevo, diferente, lleno de luz y felicidad aplastante. Sonrió y agarrando la cámara le dijo bajito: -¡Qué pena que aún no puedas capturar sus pensamientos! Al terminar de decir esto llegó el tren y en él se marcharon las risas, los pasos que sonaban tan lejanos, e incluso el silencio.

1 comentario:

  1. Una agradable historia que de algún modo nos deja con la remarcable frase del final. Porque en verdad hay tantas situaciones que se presentan delante de nuestros ojos en las que querríamos no sólo recoger ese momento, sino también todo lo que lo rodea... gracias por compartir esos momentos tuyos y de algún modo, cada vez diferente y aportando cosas nuevas, esos sentimientos que fluyen por ti

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