sábado, 10 de julio de 2010

Mesa para dos.


De nuevo sonaba en la minicadena esa canción de Sabina. Otra vez podía oler con total claridad la comida de cada sábado, paella. La preparaba meticulosamente añadiendo paso a paso cada ingrediente que ella utilizaba. A pesar de que el condimento que más deseara fuera tenerla a su lado. Así parecía engañar a su alma. Ponía la mesa con dos vasos, dos platos, dos tenedores, e incluso comida para dos. Pero siempre comía solo. Hablaba con la silla que había colocado estratégicamente frente a él, imaginando que en ella estaba la alegre y ansiada figura. En cambio allí sólo podía encontrar aire. Un aire malévolo que le engañaba, un aroma casi idéntico al de su paella, y un vacío inmenso sin su sonrisa. Cuando acababa recogía y fregaba sin demasiada gracia aunque canturreando en algún momento la primera canción que se le pasaba por la mente. Y así finalizaba un sábado, para enfrentarse a otro áspero y hueco domingo.

-Odio los domingo, Margot. No me aportan nada. No sé a ciencia cierta si son el primer día de la semana, o el último. No apetece salir, y quedarse en casa es una condena... ¿Para qué sirven entonces esos odiosos días?

Dijo como hablando con esa mujer que sólo él podía ver. Y ella pareció darle una respuesta que le hizo sonreir.

-Tú siempre tan alegre...

Sonrió, se giró para abrazarla sin percatarse de su ausencia. Y entre engaños y miradas vacías sin un destino fijo, voló su esperanza en un asiento de clase media del avión de su imaginación. Al menos por ese domingo.

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